A Sisy, Martha y todos los vecinos

Cuenta la memoria que Eguren y Mariátegui tuvieron, a pesar de los 20 años de diferencia, una muy buena amistad. El poeta visitaba continuamente al ensayista y luego se iba caminando, a través de campos sembrados, hasta el balneario de Barranco, donde vivía. 

Ahora a nadie se le ocurriría buscar algún sembrío en torno a la avenida Arequipa. Pero a principios del siglo XX no sólo Barranco, sino incluso Miraflores, eran balnearios un tanto alejados de una Lima que terminaba en 28 de Julio.

El proyecto de una vía interurbana que uniera Lima con el distrito de Miraflores surgió durante el segundo gobierno del Presidente José Pardo y Barreda (1915-1919), mediante la presentación de un Memorial por parte de los Municipios de Miraflores, Surco y Chorrillos. El proyecto había sido diseñado por el ingeniero urbanista Augusto Benavides.

La Resolución Suprema del 31 de Mayo de 1918 declaró de utilidad pública la construcción de la citada vía, cuyo recorrido abarcaba 6 kms y cruzaba los fundos de Surquillo, Barboncíto (de propiedad de los Risso), Chacarilla, San Isidro, Lobatón y Santa Beatriz.

La obra recién pudo iniciarse durante el gobierno del siguiente Presidente, Augusto B. Leguía. Como muestra de ese amor que se tienen nuestros gobernantes a sí mismos fue bautizada como Avenida Leguía. Fue parte de las celebraciones del Centenario de la Independencia, igual que la Plaza San Martín y por eso su construcción tuvo la colaboración de varios países amigos.

A quien hay que mencionar primero es a los ingleses. Los trabajos de pavimentación y arreglos fueron asumidos por The Foundation C° autorizada por Resolución Suprema del 11 de Marzo de 1921. Por eso el Colegio Anglo Peruano (hoy San Andrés) se mudó de su ubicación original en la Plaza Francia al local que hoy ocupa en la Avenida Petit Thouars. Fue el paladín de la libertad de cultos. En él se organizó la lucha contra la consagración del Perú al corazón de María. Albergó a la juventud crítica durante la primera mitad del siglo XX. Por poner dos ejemplos que me son muy cercanos los poetas Washington Delgado y Francisco “Paco” Carrillo salieron de sus aulas.

La colonia española en el Perú donó el Arco Morisco que se mantuvo hasta finales de la década del 40 para las ampliaciones de las avenidas que confluían alrededor. Los limeños lo bautizaron como el Arco del Triunfo por sus colosales dimensiones y arquitectura ceñida al estilo morisco. Tenía dos minaretes que destacaban. Constituyó uno de los motivos de ornato local de la ciudad. Hoy se encuentra en el Parque de la Amistad, en Surco. A cambio se le concedió un terreno a la Embajada de España.

Otras embajadas que participaron en la construcción de la nueva avenida y que fueron premiadas con un terreno para su cede fueron las de Argentina, Brasil y Venezuela.

Una participación especial fue la de Bélgica. Nos regaló una copia de una escultura de Constantin Meunier, “El Estibador”, vaciada en bronce con el mismo original de la que está en Anvers, Amberes, es un homenaje a la Resistencia de los Estibadores Belgas. Una manera de comparar la independencia peruana con las luchas de los trabajadores europeos.

La nueva avenida y su entorno se urbanizaron rápidamente; generalizando, se puede decir que la construcción de edificaciones se concentró primero en los extremos norte y sur de las 52 cuadras que la integraban.

Aledaña a la avenida se inició la construcción del Parque de la Reserva, proyectado y diseñado en colaboración por Alberto Jochamowitz, Claudio Sahut y José Sabogal; el mismo que se inauguró el año 1929.

Hay ciudades que son historia. Lima es una de ellas. Eso debe ser un orgullo para todos sus habitantes. Pero también una responsabilidad. Defender hoy la Avenida Arequipa y el Parque de la Exposición de los proyectos destructivos del alcalde chiclayano es casi una obligación. Sobre el Parque de la Exposición y el de la Reserva volveremos en otro artículo.