Gálvez y Pinglo: La Lima que se va y la que viene
En el nacimiento de nuestra modernidad más que nuestras clases dominantes participó el capital extranjero y una naciente clase trabajadora. Más que las necesidades nacionales lo que las impulsó fue las necesidades del mercado mundial. Esto produjo una contradicción entre una la literatura académica que daba cuenta del sentimiento de estar perdiendo la ciudad, de una “Lima que se va” al decir de Gálvez, y una literatura popular que parece más bien entusiasta con el cambio y quisiera que fuera aún más profundo. El reclamo de Pinglo es que la luz artificial de la modernidad tiene débil proyección.
Resulta interesante por ejemplo comparar el poema que se encuentra en la revista Actualidades sobre el automóvil: “Oh, qué bello adelanto moderno / registra la historia/ llegar a la gloria/ marchar al infierno/ sin más emociones: de un solo encontrón” con la polca que Pinglo le dedica al mismo objeto: “Acelerando a fondo el corazón/ la mano en el volante del amor/ la otra está pronta al acto de frenar/ si se desvía mi pasión” (“Amor a 120”).
Gálvez y Pinglo estudiaron en el mismo colegio (Guadalupe) y tuvieron en él una formación liberal. Es conocido el debate entre Gálvez y José de la Riva Agüero sobre el carácter de nuestra literatura. Mientras Riva Agüero proponía el estudio de la literatura nacional como un capítulo más de la española. Gálvez publica Posibilidad de una genuina literatura nacional donde plantea la alternativa local, entendida como lo “criollo”, pero restringiendo el uso de esta palabra a lo limeño letrado. Pinglo en cambio dedica sus canciones a la clase trabajadora naciente: al obrero que trabaja hasta que el sol se oculta, a la costurera que tiene su Singer en casa, al niño que vende periódicos. En una Lima que aún tenía muchas áreas rurales tampoco estarán ausentes de sus canciones el labriego (“La oración del labriego”) o “Jacobo el leñador”.
Gálvez está anclado en el pasado: “El sortilegio de Lima desapareció, es verdad; muchos espíritus exageradamente modernistas contribuyeron y siguen contribuyendo para hacer de Lima una ciudad sin carácter, y mucho de la vieja y dulce personalidad limeña se ha ido tras el penacho arrebatador del progreso”. Por eso recibe la crítica de Mariátegui: “La Lima que se va no tiene ningún valor serio, ningún perfume poético, aunque Gálvez se esfuerce por demostrarnos, elocuentemente, lo contrario”.
El criollismo letrado se nutre del pasado. Para Mariátegui se trata de “una literatura decadente, artificiosa” que “se ha complacido de añorar, con inefable y huachafa ternura, ese pasado postizo y mediocre”. Se trata de una clase que no se encuentra en los cambios que se están produciendo en la ciudad.
No sólo es el automóvil. También el cine. Los trabajadores lo incluyen en sus festivales, en la Fiesta de la Planta de Vitarte por ejemplo. Para Gálvez en cambio es perjudicial porque se opone a la forma hasta entonces privilegiada de socialización: la tertulia. “El cinema, los teatros, los paseos públicos, han asesinado vilmente a la tertulia” nos dice. Pero es más, esa tertulia, esos juegos de la Lima de antaño pierden valor para Gálvez cuando son conservados por las clases populares:
Donde se mantiene mucho la costumbre de las visitas es entre las huachafas y la verdad es que han retenido bastante de las costumbres de antaño, como la de hacer la rueda y jugar a las prendas. Los huachaferos gozan inmensamente con estas tertulias en las que hay un movimiento y colorido semejante a las que hubo en las antiguas casas más encumbradas de Lima. La huachaferia no es efectivamente en el fondo sino un atraso en las costumbres, un rezago y una dificultad de adaptación que engendra a mi modo de ver imitaciones exageradas o deficiente
Resulta irónico el párrafo en un libro caracterizado por lamentar que no conservemos las costumbres y por mostrar en el autor “un rezago y una dificultad de adaptación”. Pero obviamente no se trata aquí de la supervivencia de un hábito sino de la supervivencia de una clase dominante capaz de legitimar cualquier hábito.
Pinglo es moderno también en su producción artística. En lo que a música se refiere tiene influencia de ritmos extranjeros como el one steep o el fox trot. En cuanto a poesía adopta el verso libre abandonando la décima que caracteriza los valses de Abelardo Gamarra y la “Guardia Vieja”. Sin embargo su producción sólo recientemente está siendo estudiada como poesía. Sebastian Salazar Bondy en su Lima la horrible nos dice: “Los grandes libros no lo citan, pero su memoria y su obra persisten en el pueblo. En las melodías que compuso (...) el hombre oscuro de la ciudad halló su alma”.
Digamos algo sobre sus personajes. Le canta a algunos ídolos populares ya sea de la canción (Carlos Saco), el teatro (Leónidas Yerovi) y sobre todo el fútbol (los jugadores de Alianza Lima Alejandro Villanueva, Juan Rostaing, Juan Valdivieso, Arturo Fernández y Víctor Lavalle). Aunque individuales están ligados a la forja de un espíritu colectivo, a la construcción de un “nosotros”. Ese “nosotros” que Pinglo encuentra expresado en su barrio, en los picantes de doña Cruz y los picarones de la “buena Isabel” (vals “De vuelta al barrio”).
Por eso su personaje más conocido Luis Enrique el plebeyo, no tiene apellido. No es nadie y por eso mismo somos todos. Es efectivamente una parábola para cuestionar “esa infamante ley/ de amar a una aristócrata siendo plebeyo él”. Pero es algo más. Es el creador de su propia canción. Después de una breve introducción le cede la palabra al propio personaje que “dice así en su canción”. Compárese esta actitud con la de Chabuca Granda que le pide a una pobladora negra del Rímac “déjame que te cuente” cómo es tu propio barrio.
Hablar de canción popular obliga a hablar de musas, normalmente más ficticias que reales. Se le canta a la belleza de la mujer. Y en esto también es popular, ligado a la realidad limeña para él la belleza es morena. Así en “Rosa Luz” nos habla de “la morena Rosa Luz que es mi beldad”. Sólo escapa a esta visión morena de la mujer cuando, fiel al dictado modernista, realiza una aproximación a lo árabe en “Sueños de Opio”. Entonces nos habla de “primorosas odaliscas en mi torno” y nos cuenta que “Sobre regios almohadones recostada / incitante me sonríe bella hurí”. Definitivamente no parten estos versos de ninguna experiencia personal ni tienen que ver con los barrios y costumbres obreras que frecuentaba. Surgen de sus lecturas en las que no sería raro que estuviera Darío: “en el fondo de los carruajes, reclinadas como odaliscas, erguidas como reinas, las mujeres rubias de los ojos soñadores, las que tienen cabelleras negras y rostros pálidos, las rosadas adolescentes que ríen con alegría de pájaro primaveral, bellezas lánguidas, hermosuras audaces, castos lirios albos y tentaciones ardientes” (“Acuarela”).
Ángel Rama ha dicho que el modernismo fue un intento de superar el “orden natural” que había establecido la sociedad colonial. Aunque tiene canciones que le hacen guiños a la vanguardia, sobre todo al futurismo, Pinglo es nuestro poeta modernista. Mucho más que Gálvez o que Chocano, que quería ser Inca o conquistador hispano. Este 13 de mayo se han cumplido 78 años de la muerte de Pinglo y sin embargo sigue totalmente actual.