Dentro de poco será el día internacional de la mujer. Seguramente esa semana algo escribiré sobre ellas. Pero ahora quiero proponer otro tema. Los hombres como victimas del machismo. Si. Es castrante proponer que la mujer no piensa. Schopenhauer decía que son seres de cabellos largos e ideas cortas. Pero es también castrante proponer que los hombres no tenemos sentimientos. “El hombre no llora” es una frase que he escuchado cientos de veces y que he incumplido muchas. He llorado por amores que se van, por amigos que fallecen o simplemente por tristezas inexplicables.  

Mario Cavagnaro lo decía en esos valses replaneros que tan bien interpretaba el Carreta Jorge Pérez: “No se haga de rogar carreta y párese otro pomo /no crea usted compadre que ya me licorié / Si estoy con los crisoles rojimios es del llanto /porque he llorao carreta por culpa de una mujer”. Es la historia de un desamor, de la mujer que te abandona impresionada por el auto de alguien y a su vez es abandonada por el blanquiñoso. En una sociedad utilitaria hasta el amor es mercancía.

Yo la quería patita

Pero quizá sea en el tango donde encontramos un llanto más hondo. El autor Enrique Santos Discepolo, que mereció el título de “filosofo del tango” y que nos dejo terribles imprecaciones contra la sociedad. En “Cambalache” dice “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé/ en el quinientos seis y en el dos mil también”. 

Cambalache

Alguna vez tendremos que hablar de sus ideas y sus ideales. Es un verdadero mártir, la derecha argentina lo obligo a morir. Pero hoy no es ese mi tema. Hoy quiero hablar de “Esta noche me emborracho”.

Hasta hace unos segundos no había reparado en que el texto de Cavagnaro y el de Discepolo tienen en común el tomar para olvidar las penas. Hace poco vi en La Mula 8 canciones peruanas que comparten el tema. Pero hay algo más en Discepolo. En él tango se plantea el paso del tiempo como destrucción de los sueños. Como camino ineludible hacia la muerte a través de la decadencia física, que expresa también la muerte del amor. El tipo ve a su “dulce metedura”, a la mujer que lo volvió loco diez años atrás, salir de un cabaret. La ve hecha “un cascajo”. Un cascajo, para mayor desdicha, patético, ridículo. La ve “chueca, vestida de pebeta, teñida y coqueteando su desnudez”. La ve como “un gallo desplumao”. La ve con “el cuero picoteao”. Es un retrato que Cavagnaro evita en los versos “dicen que esta la negra/ sufrida para el castigo” que una cosa es ver y otra enterarse.

En el tango el yo poético raja “pa’no llorar”. Recuerda las cosas que hizo por ella. Porque ella era hermosa. Lo era diez años atrás. El tipo se “chifló por su belleza”. Entra, entonces, el tema recurrente de la madre. La máxima deshonra es haberle quitado “el pan a la vieja”. Aquí radica el mayor dolor. Le hizo pasar hambre a la vieja para darle a este cascajo lo que sus caprichos pedían. Pero es la estrofa final la que revela lo que podríamos llamar “el revés de la trama”. Lo no dicho en el poema. El tipo dice: “Fiera venganza la del tiempo/ que nos hace ver deshecho/ lo que uno amó”.

Sin embargo, ¿sólo en ella ve la fiera venganza del tiempo? ¿Y si la imagen de la mina vencida lo remite a sí mismo? Él, ¿cómo está, cómo se ve, es o no es otro cascajo? La fiereza del tiempo los tiene que haber atrapado a los dos. Acaso el terror del tipo es haber visto en ella lo que no quería ver en él. Que el tiempo pasa, destruye, se venga. ¿De qué se venga el tiempo? De lo que uno amó. Es como si el tiempo disfrutara destrozando lo que uno se permitió amar porque no se está en el mundo para amar o porque el amor es imposible. Quien se atrevió a hacerlo verá destruido su sueño. 

“Este encuentro me ha hecho tanto mal/ que si lo pienso más/ termino envenenao”. El encuentro es un encuentro-espejo. Ve en ella lo que también es él. ¿Qué hace él solo? Porque es evidente que está solo, a la salida del cabaret, de madrugada? ¿Qué buscaba ahí? ¿Entraba o salía del cabaret? Raro que pasara de casualidad. No se anda de casualidad por esas geografías. Además, lo confiesa: “¡Mire, si no es pa’suicidarse/ que por este cachivache/ sea lo que soy...!” No sabemos qué es. Pero es muy posible que sea una ruina como ella. Que el tiempo les haya cobrado a los dos la insolencia de amarse.

Siguiendo con las comparaciones en el vals de Cavagnaro se describe al yo poético como “solo, triste y amargado” pero hay una profundidad especial en el tango dada por el verso “Fiera venganza la del tiempo”. Se trata de uno de los versos más excepcionales de Discépolo. El tiempo se venga de todo. El tiempo nos quiebra. El tiempo nos mata. El tiempo es la Muerte que nos llama. Por eso es fiero. Es feroz, encarnizado, es violento. Nada se puede hacer contra eso.

“Este encuentro”, dice el tipo, “me ha hecho tanto mal”. ¿Cómo no lo va a trastornar ese encuentro si en él vio el sinsentido de la vida aquello en que se transforman las cosas que se amaron, que se creyeron eternas, eternamente bellas, eternamente jóvenes, como el mismo? No quiere pensar más. ¿De qué sirve pensar? Pensar es envenenarse. “Si lo pienso más, termino envenenao”. Sólo queda la negación, el olvido momentáneo del alcohol, que será el olvido de una noche, la esperanza de que no pase al día siguiente, que se quede atrás, en la madrugada, en ese cabaret. Quién sabe, por ahí ocurre eso. El alcohol todo lo puede. Y el poema termina proponiendo la curda, último refugio del tanguero: “Esta noche me emborracho bien/ me mamo bien mamao/ pa’no pensar”.

Excepcional es la identificación del “pensar” con la obsesión. No hay que pensar. Pensar es torturarse. Pensar llevará a ver la verdad y verla será intolerable. El dolor supremo. Se trata de calmar ese dolor. O mejor: de sofocarlo, de tornarlo imposible. Por eso se va a emborrachar “bien”. Se va a mamar “bien mamao”. O sea, no como cualquier otro día, sino con una eficacia trabajada, profesional. Pondrá toda su sabiduría de curda para frenar con el alcohol todo cuanto pueda filtrarse de la realidad. Que nada entre. Que nada me obligue a pensar. Porque no quiero saber lo que sé, lo que descubrí: ese cascajo, ese gallo desplumao, ese cachivache, que hoy vi en la madrugada, a la salida del cabaret, soy yo.

El yo poético de Discepolo “raja para no llorar”. Pero ¿qué pasa con el que no puede rajar? ¿Qué hay del que cuando toma para ahogar las penas descubre que las penas saben nadar? Termino con otro tango, con otra borrachera. “Tomo y obligo” de Romero y Gardel: “Beba conmigo, y si se empaña / de vez en cuando mi voz al cantar, / no es que la llore porque me engaña, / yo sé que un hombre no debe llorar” está simplemente negando lo evidente, peor aún: lo está haciendo más evidente al negarlo. En la película Luces de Buenos Aires lo siguiente que hace Gardel después de cantar “Tomo y obligo” es justamente llorar. Los hombres si lloran, si lloramos.