Quizá no hay autor que despierte posiciones más contradictorias que Ricardo Palma. Mariátegui y Flores Galindo hablan muy bien de él. Riva Agüero también pero por motivos totalmente contrarios. Mientras que para unos es popular y anticolonial para el otro es totalmente hispanista. Ha habido autores que le han criticado olvidarse de lo andino, como si fuera obligatorio. Otros lo han tachado hasta de esclavista.
Difícil en verdad llamar colonialista a quien dijo refiriéndose a ese periodo “No parece sino que España hubiera abierto las puertas de los presidios y que, escapados sus moradores, se dieron cita para estas regiones”. Pero por donde mejor podemos juzgar a un escritor es por las ideas que tiene sobre el lenguaje. Y en eso la diferencia entre Palma y su generación es notoria.
Si bien la independencia ya estaba segura cuando Palma nace, su generación no se había liberado intelectualmente. Curiosamente es la época en que comienzan a recopilarse “provincialismos” con ánimo correctivo. Es el caso de los “Diccionarios” como el de Juan de Arona en el Perú, el de Esteban Pichardo en Cuba, el de Zorobabel Rodríguez en Chile y varios más. Todos ellos escritos con el criterio de que “Los españoles hablan buen castellano sin sospecharlo, y nosotros, malo, aún escuchándonos”. Quizá el único “Diccionario” que no cabe en esta relación es el de peruanismos elaborado por Ricardo Palma que parte de calificar de “caprichosamente autoritaria” a la Academia y reivindica el derecho de los americanos a la independencia lingüística.
Pero Palma llega a algo más. Intenta probar que el nombre de nuestro continente es nacido aquí y que no tiene ninguna relación con el comerciante florentino. En la tradición “Una carta de Indias” nos dice que Americ es el nombre de una cadena montañosa en la provincia nicaragüense de Chontales. Por su parte la terminación ica, ique o ico significa, en esa misma región, “grande” y se aplica a las altas montañas en que no hay volcanes.
Un dato interesante. Los chontales tenían un territorio rico, abundaba todo lo que necesitaban para vivir. Lo que no hay en las montañas era lo que buscaban los españoles: oro. Lo obtenían como trueque de sus vecinos, a los que daban comida. Luego el oro lo volvían a cambiar por los espejitos que traía Colón. En realidad ni ganaban ni perdían nada.
Añade Palma el dato de que el nombre “Americo” no existía en la Europa del siglo XVI y el nombre del piloto mayor de Indias era en verdad Alberico, por lo que si de ahí hubiera salido el nombre de nuestro continente sería Albericia. Ni siquiera tal sino que Vespucia. Solo los reyes daban sus nombres a las tierras conquistadas. De ahí Filipinas o Luisiana. Los descubridores daban su apellido. Por ejemplo Colombia.
No se cuanta razón lleve nuestro tradicionista en sus hipótesis sobre el nombre del continente. Ahora hay quienes se empeñan en llamarlo Abya Yala que es el nombre que le daban a sus tierras los pueblos Kuna de Panamá. Podríamos llamarlo igual Tawantinsuyo o Wallmapu. En verdad no había un nombre que nos distinguieran de otros continentes porque estos no eran conocidos. Si Americ es nombre nacido entre los chontales sería igual de válido.
En todo caso, si Palma estuviera equivocado, el dato es interesante para evaluar al tradicionista. Queda claro su espíritu anticolonial en el espacio en que hay que pedírselo: el lenguaje.