La vida es un permanente caminar, por lo tanto un permanente despedirse. Se inicia cuando uno abandona el que quizá es el espacio más agradable que se pueda conocer: la placenta. Luego se abandona la protección del hogar materno: “Así llegue yo a la vida/ crecí junto a mis hermanos/ y un día como cualquiera/ dije “viejita me marcho”. Es lo que cuenta Omar Camino en “Adioses y bienvenidas”, la canción que le da título a su último disco. Por cierto, la última despedida es la de la muerte: “Cuando finalice el viaje/ Y la muerte haga requisa/ Con mi tímida sonrisa/ Me entregare a su arbitraje” (“Todo lo llevo en el canto”).  

En el intermedio hay otras tantas despedidas como las que produce el desamor “Sabes muy bien que te quiero/ por eso mismo me marcho/ porque muy poco te importa/ que aquí me quede esperando” (“Querer esperarte”). Pero también muchas continuidades. En el tiempo, porque siendo “hijo de millones de hijos”, “de tantas partes/ de tantas partes soy/ que aquí me quedo/ cuando a todos lados voy” (“Consecuencia”). En el espacio, porque de todas las tierras que uno recorre hay una que siente propia: “para mirarte de nuevo/ a ti volvería siempre” (“Retorno”)

Es en ese marco que se ubica “Todo lo llevo en el canto” un poema en tres décimas, que reproduce tres momentos de este eterno viajar que es la vida.

El primer momento tiene que ver con nuestra relación con la naturaleza. Habla de selvas, mares, senderos. Y de las risas y llantos que uno recoge en ellos, y de la propia naturaleza humana expresada en ese recorrer de la cuna al camposanto. Y como todo lo acumulado en este trajinar se lo lleva uno en el canto:

Voy por el mundo viajero

Que se impregna del cantar

Que de la selva hasta el mar

O escuchando en el sendero

Decidí viajar ligero

De la cuna al camposanto

Cargo la risa y el llanto

Que recogí en el paisaje

Para que más equipaje

Todo lo llevo en el canto

El segundo momento es una relación con el poder. Para continuar con ese peregrinar, para pasar las fronteras, son necesarios papeles, visas, patrimonios. Y el yo poético va a la embajada, sonriente como persona vital que es. Y se produce el choque entre la moral del poder y la moral natural. El cónsul se espanta y le niega la visa cuando el yo poético le dice que no tiene ningún patrimonio:

Al cónsul de la embajada

No le gusta la sonrisa

Con que le pido la visa

Que me declara negada

Todo porque dije “nada”

Ante su cara de espanto

Pues me preguntó que a cuanto

Asciende mi patrimonio

Yo agregue en mi testimonio

Todo lo llevo en el canto

En el tercer momento la relación del yo poético es con la muerte. Es un espejo invertido del segundo. Ahora es la muerte la que le exige que no lleve equipaje. En efecto, el final de nuestras vidas es un momento democratizador como pocos. Hayas vivido bien o mal, tengas o no tengas poder o riquezas, el momento final es para todos igual. No sólo no se puede llevar riquezas sino que ni siquiera recuerdos. En la mitología uno bebe el agua del Leteo que hace perder la memoria. La palabra griega para “verdad” es aletheia, que etimológicamente significaría “sin olvido”. En las décimas de Omar Camino uno va siendo envuelto en un manto de olvido Pero al yo poético no le hace mella que no le permitan equipaje: todo lo lleva en el canto.

Cuando finalice el viaje

Y la muerte haga requisa

Con mi tímida sonrisa

Me entregare a su arbitraje

Prohibido el equipaje

Me asegurara entretanto

Va envolviéndome en su manto

La muerte y todo su olvido

Le diré lo que he querido

Todo lo llevo en el canto .


[Foto de cabecera: omarcamino.com]