Nuestro primer criollo: un filipino
No es gratuito que Manuel Acosta Ojeda haya dicho que es el Padre de la Canción Criolla.
Comentando mi artículo anterior, donde hablo de la presencia de un colombiano en nuestro cancionero, un amigo me recuerda que también tenemos un filipino. Uno de nuestros primeros compositores, cuando Pinglo nació ya él tenía 44 años: José Savas Libornio, hijo de españoles nacido en las Filipinas.
Debo confesarlo para quienes no lo saben: mi patriotismo es muy relajado. Como se cantaba en la Guerra Civil Española “Dicen que mi patria es/ un fusil y una bandera/ yo digo son mis hermanos/ que están labrando la tierra”. Por eso no me emociono cuando escucho, por ejemplo, la Marcha de Banderas, que don Nicolás de Piérola le encomendó al maestro Sabas, en ese entonces director de la Banda de Música del Ejercito. Por otro lado en la disputa entre Piérola y Cáceres yo hubiera sido cacerista.
Pero de Savas hay algo más que decir. No es gratuito que Manuel Acosta Ojeda haya dicho que es el Padre de la Canción Criolla y explicado que “no conocemos otro autor de letra y música, anterior a él”. Claro, no eran tiempos de vals. El maestro debió conocer el austro-alemán, todavía no adaptado al genio nacional. Compone mazurcas. Que también es un ritmo que nos viene de Europa, en este caso de Polonia. Curioso que se hable como quien dice algo nuevo de música-fusión cuando en realidad siempre hemos estado fusionando, cambiando, adaptando.
Flor de Pasión es una mazurca que debe ser cantada en dúo mixto porque incluye un dialogo. Quiero recordar aquí que el discurso dialógico enriquece cualquier composición porque no es un discurso del poder sino de la comunicación. Alguna vez he comparado “El Plebeyo” de Pinglo, donde el relator le cede la voz al personaje, con “La flor de la canela” de Granda donde la autora le cuenta a una mujer del Rímac como es su propio barrio. Marcelino Menéndez y Pelayo nos dice que en el Renacimiento el discurso dialógico, a imitación de Luciano y de Erasmo, fue “la expresión más avanzada del libre espíritu” y “el arma predilecta de todos los innovadores”, aunque en este caso se trata, evidentemente, de un diálogo mucho más sencillo, propio de una canción romántica del siglo XIX:
Prenda de la vida mía ¿cómo estás?
Yo muy bien, perfectamente
Jurame que hasta la muerte me amarás
Te lo juro eternamente
La parte en que no se establece el dialogo también lo es porque las acciones de uno están condicionadas a las del otro. Y realmente me parece que es una actitud más inteligente que aquella del que se quiere morir o matar porque ya no lo quieren, como si fuera obligatorio: “Si tú me amas/ prenda querida/ yo te he adorado toda la vida” o esa doble entrega de “dame un besito y te daré mi corazón”.
En realidad la canción es más sencilla de lo que parece en este comentario. Mejor no me lean, simplemente escuchen.
Menéndez y Pelayo, Marcelino, Orígenes de la novela, t . I, Santander, Aldus. 1943