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El Quijote para todos

Desempolve ese libro que lo mira triste porque se siente inútil desde que lo compró, déle una mirada, lea una página, solo una y déjelo después… si es que puede dejarlo.

Publicado: 2016-05-02

El Perú tiene la feria del libro usado más grande de Latinoamérica. Todos compramos libros. Estoy casi seguro que quien está leyendo esto tiene un ejemplar del Quijote en su casa. Pero muchos no lo han leído. Y, no, la culpa no es de ustedes. La culpa es de quienes nos venden un concepto errado de cultura. El sector académico ultra ortodoxo que convierte a los clásicos en estatuas de mármol y sus obras en textos sagrados. Así como hay que democratizar la política y la economía, hay que democratizar la cultura. Y eso supone dos procesos: valorizar la poesía popular, como hacemos en este blog y popularizar la académica como quiero hacer en este artículo como regalo a un amigo, Miguel de Cervantes, que está cumpliendo 400 años.  

Hay que darle un sentido distinto a lo “clásico”. Lo “clásico” no es lo que se debe leer con seriedad y estirando la nariz. Las obras clásicas son las que nos han provisto de todos los elementos que el ser humano necesita para una de sus necesidades vitales: contar historias en las que se manifiestan sus pasiones, anhelos, miedos, alegrías, amores, en todas sus formas y situaciones. Es decir, nos han provisto de lo más primitivo de nuestros sentimientos con toda su complejidad para convertirlos en universales.

No hay que preocuparse si no entendemos el lenguaje de Cervantes. En primer lugar porque hay ediciones en castellano actual, recomiendo la de Andrés Trapiello. Pero, además porque él tampoco entendería el nuestro. Ni comprendería casi nada de las más afamadas novelas contemporáneas. Le tendríamos que explicar los chistes, las bromas, las ironías, y, cada poco, habríamos de apuntarle qué objeto se nombra o aclararle cómo se organiza nuestra sociedad, o ilustrarle sobre los medios de transporte y la vestimenta, etc. Es decir, estamos en igualdad de condiciones. El lector del siglo XXI necesita un prólogo y algunas aclaraciones al leer una obra del siglo XVII. ¿Y qué? También al comenzar la proyección de La guerra de las galaxias nos leen unas líneas que contextualizan la historia.

Y, sin embargo, estamos acostumbrados a muchas cosas del Quijote. Algunas se han hecho rutina, como el doble personaje. Es un manantial que ha provisto de vida a varios siglos de literatura de todo tipo y a cualquier modo de narración. Reconocemos en seguida a esos dos personajes porque han sido el modelo de otros muchos y diversos. Repasamos las parejas antitéticas que han protagonizado películas y novelas y nos vamos desde el Gordo y el Flaco a Sherlok Holmes y Watson, Astérix y Obélix, Popeye y Bluto.

Pero, además los reconocemos por ellos mismos. El Quijote es un personaje que ha pasado al lenguaje cotidiano. Hay textos que reconocemos porque hablamos de ellos. Decimos que el próximo gobierno será el Apocalipsis. En otros casos a quien reconocemos, aún sin haberlo leído, es al autor. El Perú es un país kafkiano. El Quijote es un personaje que ha superado a su autor. Solo dos lo han logrado: el Quijote y Cantinflas, quijotesco y cantinflesco son palabras de uso diario. Cantinflesco es el discurso de Castañeda mientras que quijotesca es la pelea de un grupo de vecinos, casi sin apoyo y sin posibilidades de ganar contra su bypass. Es la pelea por un ideal, más allá de nuestras fuerzas. La pelea contra los molinos de viento.

Y esa es otra cosa que nos permite el Quijote, podemos leer fragmentos como el recién citado sin necesidad de completar la novela. Leámoslo como nos de la gana, pero hagámoslo. El Quijote no es una novela prisionera de la estructura de un planteamiento, de un nudo y un desenlace. Si leemos la obra de principio a fin, la disfrutaremos. Pero como los materiales que la componen son tan heterogéneos y tan ricos, tan sencillos por separado y tan complejos en el conjunto, disfrutaremos también con dos páginas o con un capítulo o con tres.

El referido episodio de los molinos de viento, él sólo, podría aparecer en cualquier antología del relato. En esa antología del relato incluiríamos el episodio de los batanes. El episodio concluye con la vergüenza de don Quijote y Sancho al haber pasado miedo por una tontería y la vergüenza añadida de Sancho por haberse cagado en los calzones. Se mezclan ingredientes infalibles para provocar la atención y la risa: el miedo y lo escatológico; el miedo ajeno, claro, y la mierda y la vergüenza también ajenas. Que de las propias serán otros los que se rían.

Buena parte de las aventuras de los dos protagonistas acaban con golpes y trompazos, que contrastan con las elevadas intenciones de don Quijote y con su propio lenguaje, adecuado, sí, a sus nobles propósitos, pero ridículo, como su vestimenta, mientras lo apalean o están a punto de apalearlo o acaban de hacerlo. La sucesión de escenas de estas características las reconoceremos sin dificultad porque el cine, los dibujos animados y el cómic nos han familiarizado con ellas y han utilizado el mismo contraste entre el resultado humillante de la paliza con el noble fin que la motivó o entre la vestimenta elegante de los apalizados (el Gordo y el Flaco van impecablemente vestidos) y la vulgaridad de la situación.

No hay, en fin, casi nada en el Quijote que no identifiquemos con gran facilidad. Compartiremos la risa que provocaba en los lectores de su tiempo y también toda la tristeza que deja esa carcajada por las desventuras de unos personajes a quienes querremos en esos diálogos que nos recordarán tantas conversaciones con nuestros amigos: sobre nuestras ilusiones y buenos propósitos, y las promesas y esperanzas que nos hacen emprender los trabajos de cada día; sobre esa muchacha, que no sabe nada del escondido amor de nuestro amigo, a la que solo él ve como cumbre de toda belleza; sobre las cosas prácticas de la vida, y sobre la realidad cruel que vapulea en cada revuelta del camino nuestros sueños más inocentes. El final nos emocionará, nos conmocionará, aunque solo fuera esa la página que hubiéramos leído

La novela que saca siempre a sus personajes del ridículo para colocarles de nuevo en el camino con la dignidad precaria de cualquier ser humano. Así como el vagabundo de Chaplin acababa los desastres de cada episodio de su vida con una sonrisa, un encogimiento de hombros, unas vueltas rápidas a su inútil bastón e iniciando un nuevo camino, todas las derrotas de don Quijote y Sancho acaban reiniciando el camino, con diálogos entre uno y otro que equivalen a los gestos de aquel vagabundo que nos trae la risa también con una nube acuosa en los ojos.

Por último, para no cansar, unas palabras sobre la técnica narrativa. También es algo que conocemos. Sustituyan las ventas manchegas por los bares de carretera, mecanicen las monturas y tendrán los fundamentos de una road movie ¿Les pareció modernísimo que en una película de Woody Allen, en una escena que se desarrolla en un cine, alguien salga de la pantalla a hablar con una espectadora? Eso también lo encontraremos en el Quijote. En la segunda parte de la novela se trata a Quijote y Sancho como personajes de la primera novela, son reconocidos por personas que se encuentran en el camino e incluso hacen comparaciones con el apócrifo de Avellaneda.

La importancia del diálogo en el Quijote es tanta como en las películas del mencionado Allen o en las novelas del argentino Manuel Puig, que, además, en El beso de la mujer araña (1976) intercalará narraciones sucesivas que son las películas que un recluso le cuenta al otro y nos presentará dos protagonistas antagónicos, que se influirán mutuamente.

¿Quién narra la historia? Ese es otro tema del que se podría hablar mucho. Comienza con un narrador que nos presenta al personaje pero que no tiene muchos datos, luego encuentra unos papeles en árabe (todavía Huntington no había inventado el “choque de civilizaciones”). Así que la mayor parte del Quijote es una obra traducida del árabe cuyo autor es Cide Hamete Benengeli. En ocasiones el narrador inicial comenta la obra traducida. Este juego de voces en la novela, a las que hay que añadir las que narran las historias intercaladas (ficción dentro de la ficción), ha derribado para siempre los muros de la narrativa. El género ha quedado abierto, libre. El primer software libre de la historia.

Así que, mi estimado amigo, acepte mi invitación, vaya a su estante, desempolve ese libro que lo está mirando triste porque se siente inútil desde que lo compró, dele una mirada, lea una página, solo una y déjelo después… si es que puede dejarlo.


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Me sale espuma

"Quiero escribir, pero me sale espuma"