Bob Dylan López Antay
Mucho antes que la Academia Sueca, ya la crítica literaria peruana había reivindicado el valor literario de Bob Dylan en una ponencia presentada en el coloquio 'Poéticas del siglo XX' en San Marcos el 2005 por Carla Vanessa González Márquez. Así que, por supuesto, ella fue la primera en alegrarse con el Nobel. Yo, que vengo años reivindicando la poesía popular urbana, compartí completamente su alegría.
El que no lo hizo fue Rodolfo Hinostroza que publicó en el muro de Carla Vanessa:
Borges debe de estar agitándose en su tumba. Es como darle el Nobel de la Paz a un bombero, el de Física a un mecánico, el de Química a un herbolero... Y después qué sigue? El "Cervantes"" a Paulo Coelho? El Pulitzer a Donald Trump? El de la FIL de Guadalajara al Chavo del Ocho? Qué opina Vargas Llosa de semejante desaguisado? El gran desprestigiado es el propio Premio Nobel...
Cómo pueden apreciar nuestro poeta cocinero no sabe que en castellano se abren las preguntas, el las hace en la manera inglesa.
Hace 40 años, en 1976 el que miró con desagrado un premio, en este caso nacional, fue Fernando de Szyszlo. Era el Premio Nacional de Cultura que el Ministro de Educación de entonces, Ramón Miranda, le dio al retablista López Antay: “López Antay es un artista popular maravilloso, pero no hay que mezclar las cosas. Un Ferrari es precioso como un caballo de raza, pero no hay por qué mezclarlos. Son mundos ajenos” fueron las palabras del arquitecto pintor.
No sé si sean mundos ajenos. Mariátegui solía ir a la Fiesta de la Planta en Vitarte. Los pintores cubistas argentinos retrataban el tango. Quizá sean mundos ajenos para algunos artistas que han construido una burbuja con su soberbia. Pero que Dylan es literatura, que López Antay es cultura, son cosas que no se pueden negar.
Joaquín López Antay no se limitó a repetir una manifestación tradicional. Aunque aprendió el oficio de su abuela materna, Manuela Momediano, el gran salto que lo distingue del resto de artesanos de su época se debió a otra influencia. Fue gracias a su contacto con Alicia Bustamante, cuñada de José María Arguedas, que don Joaquín incursionó en otros temas distintos a los que mandaba lo habitual. El artista empezó a introducir en los cajones de San Marcos, en ese tiempo poblados de figuras religiosas, temas más cercanos con el indigenismo. Es así que aparece el actual retablo. Algunos de los temas no tan sacros que aborda López Antay son la marinera ayacuchana y la vida en la cárcel. Después de él la tradición ayacuchana fue totalmente distinta.
La literatura y la música siempre han estado unidas. Homero era un cantante, no por gusto se habla de los “cantos homéricos”. Arguedas publica en 1938 Canto Kechwa, una recopilación de canciones andinas que, en el libro, sin música que las acompañe, solo pueden ser leídas como poemas. El propio Arguedas lo dice de alguna manera cuando afirma que “en mis lecturas no encontré ninguna poesía que expresara mejor mis sentimientos, que la poesía de esas canciones”.
En la década del 60 parte de la revolución cultural que se produjo fue un acercamiento entre música y literatura. Se acercaron tanto que llegaron a encontrarse, dando lugar a híbridos indisociables. Brais Fernández señala las relaciones entre Dylan y Jack Kerouac y afirma que la novela de este último En el camino no se puede entender sin el jazz beebop. Tampoco se puede entender la literatura del siglo XX sin las letras de Dylan. Por otra parte, Dylan forma parte de una experiencia real, que cambió la concepción que tenían de la vida millones de personas: la literatura beatnik, los poemas de Allen Ginsberg, la música, los viajes largos sin destino por EEUU, las drogas, los hippies, las manifestaciones contra la guerra. Bob Dylan es una figura muy particular de la literatura, que hace rato esperaba su Nobel.
Pero, ya lo dije, la especialista en el Perú es Carla Vanessa, así que les recomiendo leer su ensayo: Bob Dylan, una poética de la transgresión.
Imagen arriba: Web de Stacy Innerst