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Huayno y ecología: A propósito de mayu de Consuelo Jerí

Publicado: 2017-04-26

El huayno es posthispanico y urbano. Antes de los españoles no había baile de salón por una razón muy simple: no habían salones. En el campo los bailes son grupales y relacionados con las actividades de la economía rural: siembra, cosecha, marcado de ganado. Sin embargo el huayno ha ido expandiéndose hasta ser identificado como la música andina por excelencia. Además, por la estrecha relación entre campo y ciudad en nuestra cordillera, ha sido el mejor vehículo para transmitir el alma indígena.

Uno de sus rasgos más claros es la relación con la naturaleza. Esto es lo más saltante en el disco de Consuelo Jerí, desde el título Mayu, río en quechua. Ella dice que escogió los temas como una forma de acercarse al río de su infancia “embravecido y a veces sereno que no volví a escuchar sino en sueños, junto a los trinos de las aves en tantas madrugadas y atardeceres que no volvieron a acompañarme”. De modo tal que esta relación con la naturaleza, propia en general del huayno, se acentúa aún más por el sentimiento ecológico de la cantante y recopiladora.

Las metáforas que desde la naturaleza se usan para describir al ser amado son de antigua data. Tanto que han dado origen a algunas palabras: “trigueño” por ejemplo es semejante al trigo. En el primer wayno del disco la parionita a la que se enamora puede ser una de estas metáforas. El uso mitológico de algunos aspectos de la naturaleza, sobre todo animales como los gatos negros o las aves agoreras que se mencionan en el harawi “Wawa Pampay”. Pero las canciones de Jerí avanzan más hacia la naturaleza. Por ejemplo cuando habla con un loro y nos damos cuenta, por lo que le dice, que se trata efectivamente del ave y que se establece una relación lúdica con ella: “Lorito, hazme el favor de llamar con un silbido/ a mi amorcito sentada en la esquina/ si no te escucha de ningún modo/ dale un picotazo en su orejita” (“Parionita”).

Las formas que tienen los animales dan a lugar a interesantes comparaciones. El color de la comadreja asemeja a una capa, la extensión de las plumas del cernícalo hacia sus garras asemeja un pantalón. Y en “Mayu sonido” el yo poético quiere vestirse con esa capa y ese pantalón para “salir a pasear esta noche”. No siempre es feliz, sin embargo, el encuentro con las aves. En “Intipas” la comparación con las aves de las montañas es más bien triste, recordando que ellas “suelen llorar su soledad”. La muerte es comparada con hojas que ya no pueden reverdecer desde la raíz.

La flora también es considerada. No como objetos de los que nos apropiamos para nuestros usos. Sino como seres con los que nos comunicamos y a los que les pedimos favores: “Wamanripita de los cerros/ mi vida no vale nada/ te ruego curarme con tus hojitas” (“Es imposible”, Luis Guerra). En “Sallqa Vicachita” es en cambio a una vizcacha a la que le pide favores.

En “Mana Waylluna” es el yo poético el que se integra totalmente a la naturaleza. Tanto a nivel de deseos como de realidades. En el primer nivel quisiera ser viento o río para irse silbando o bramando. En las dos primeras estrofas de la canción hay una predominancia de verbos. Tanto el viento como el río son seres activos. Al viento le toca “doblar la copa de los árboles”, “besar sus hojas”, “levantar polvareda”, “irme lejos”. Al río “irme bramando, lavando”, “besando raíces de árboles y espinas”. Véase que los verbos que se repiten son “besar” e “irse”. El primero ligado al erotismo, que se quiere entregar a la naturaleza en vez de seguir a la mujer que es descrita como “ingrata” y de “corazón inconmovible”. Como dice Henry Guevara se le canta a la mujer que se va, no a la que se queda.

Pero, en vez de esa movilidad instalada en el deseo, lo que el yo poético tiene en la realidad es una detención. La relación entre movimiento y vida es clara. En la tercera estrofa, cuando el yo se queda quieto como “piedra dentro del río” o “ave entre espinas” es un momento de fatalidad: “dentro del agua me consumo”. Se encuentra prisionero en un espacio que le hace daño como las espinas, porque la vida le está siendo negada (“no encuentro árbol frondoso”).

Es quizá uno de los textos más complejos y no es raro que sea así porque pertenece a lo que podríamos llamar un segundo momento de la canción popular andina. El momento en que el crecimiento de las ciudades permite el nacimiento de una intelectualidad popular que se apropia de la escritura y comienza a producir canciones con autoría. Es el huayno mestizo del que nos habla Arguedas en sus artículos en La Prensa de Buenos Aires. En este caso el autor es Felipe Calderón, pero Jerí nos entregara también los waynos “Es imposible” de Luis Guerra y “Jilguero” de Ranulfo Fuentes, que como vemos desde el título, también tiene mucha relación con lo natural.

No puedo terminar el comentario sin referirme a la hermosa guitarra de Marino Martínez y a la propia edición del disco. El hecho de incluir un cancionero trilingüe (quechua, castellano, inglés) habla de la opción porque el disco circule internacionalmente y seguro eso puede ocurrir ya que tiene comentarios de amigos que, peruanos o foráneos, viven en el extranjero. Están Miguel Harth-Bedoya (Director de la Orquesta de la Radio de Noruega), Julio Mendivil (Universidad de Fráncfort), Kepa Junkera (país vasco). Desde el Perú lo comenta Arturo “Kike” Pinto, Leo Casas y Javier Corcuera. Yo simplemente me uno a esas recomendaciones, quizá más autorizadas que la mía. Y los dejo con Consuelo Jerí.

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