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Francisco el Hombre y otros precursores de Cien años de soledad

SIMPOSIO A PROPÓSITO DE CIEN AÑOS DE SOLEDAD (1967-2017) Universidad Global del Cusco

Colombia patria querida Tierra de amores y encantos No es justo que la violencia Nos cause tanto llanto Madres se quedan sin hijos Esposas sin sus maridos Niños huérfanos que sufren Sin haberlo merecido Oh Colombia patria hermosa No quiero verte llorar Y a ritmo de currulao Que reine siempre la paz

Los alegres de Telembí ¿Qué pasa con mi Colombia? No la dejemos morir

Publicado: 2017-08-16

En septiembre de 1966, después de trabajar 18 meses como un galeote en Cien años de soledad, Gabriel García Márquez fue a la oficina de correos más cercana de su casa en Ciudad de México para a enviar a Buenos Aires el voluminoso manuscrito de casi 500 páginas. Una vez allí, él y su esposa Mercedes descubrieron que sólo tenían dinero suficiente para enviar la mitad. Recontaron los billetes y las monedas, volvieron a pesar las hojas. Pagaron. Y sólo se fue la mitad. Regresaron a su casa, empeñaron los únicos electrodomésticos que les quedaban -el secador, el calentador y la batidora- y volvieron para enviar el resto. Al salir de nuevo -según recordaría múltiples veces Gabo- Mercedes descargaría en una frase todo el peso que llevaba 18 meses acumulándose en su corazón: 

-Lo único que falta ahora es que la novela sea mala.

Dicen que el tiempo es el mejor crítico literario, así que si después de medio siglo de escrita la novela no solo la seguimos leyendo sino que le rendimos homenajes debemos suponer que los temores de Mercedes eran infundados.

Un vicio de los que estudiamos literatura es irle buscando las influencias a los escritores. Y cuando no las encontramos dedicamos grandes discursos a la originalidad de la obra. Así José Luis Méndez nos dice: 

Cien años de soledad tiene elementos en común con la tragedia griega y en especial con las obras de Sófocles; con el Quijote, con Rabelais y con las Crónicas de Indias. Pero no puede ser confundida con ninguna de estas influencias. Es una obra inconfundiblemente nueva e innovadora

Pero quizá lo que ocurre con esta novela es que no hemos sabido encontrarle las influencias más profundas. Y quizá no lo hemos sabido hacer porque andamos buscando en terreno equivocado. Buscamos –otro vicio profesional- en obras literarias. Pero el propio García Márquez nos ha dicho que debemos dirigirnos a otros territorios:

Sin lugar a dudas, creo que mis influencias, sobre todo, en Colombia, son extraliterarias. Creo que más que cualquier otro libro, lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos [...] Me llamaba la atención, sobre todo, la forma como ellos contaban, como relataban un hecho, una historia [...] Con mucha naturalidad [...] Esos vallenatos narraban como mi abuela.

El novelista cubano Alejo Carpentier sostuvo alguna vez que pese a la extraordinaria diversidad del Caribe, fruto de la simbiosis cultural, su denominador común estaba constituido por el elemento creativo, creador y profundamente vital de su música. El novelista cubano incluye aquí toda la música caribeña como una unidad. Y efectivamente hay una vitalidad que no podemos discutir. Quién no goza con una buena cumbia. Pero en el vallenato hay algo más. Es el elemento narrativo. El origen del vallenato está dado por juglares que van de pueblo en pueblo llevando noticias de las familias, los hechos y los sentires del campesinado del caribe colombiano. En ellos mezclan lo mítico y lo factico al punto que resulta difícil distinguir lo real de lo mágico. Justamente ese es el proyecto narrativo de García Márquez. En verdad el propio narrador no hace la distinción. En nuestros pueblos te cuentan las cosas más fantásticas al mismo tiempo que te confirma que son la pura verdad.

El reto que se propone García Márquez es contar su novela como los relatos orales de su abuela y con la profunda magia del vallenato. En una entrevista con José Domingo en la revista Insula nos dice “Había que contar el cuento simplemente, como lo contaban los abuelos. Es decir, en un tono impertérrito, con una serenidad a toda prueba que no se alteraba aunque se les estuviera cayendo el mundo encima y sin poner en duda en ningún momento lo que estaban contando” (1968). Lo podemos ver en muchas frases de la novela. “Cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”. Perdón, me equivoque, la cita no la he tomado de Cien años de soledad sino de Matilde Lina vallenato de Leandro Díaz, bastante anterior.

Mi equivocación en realidad fue consciente. Sabía que me equivocaba. Pero si alguien me siguió en el error, si alguien vio en esa cita un claro ejemplo de realismo mágico, si no me botaron de la conferencia y hasta del Cusco por farsante, queda entonces demostrada mi hipótesis y puedo dar por concluida la conferencia: los antecesores de la novela son los autores de vallenatos, ellos son los creadores del realismo mágico. El reto de García Márquez es poder igualarlos. En la citada entrevista lo reconoce: “Mi problema más importante era destruir la línea de demarcación que separa lo que parece real de lo que parece fantástico, porque en el mundo que trataba de evocar esa barrera no existía”

Pero para no hacerla tan corta y ya que me quedan varios minutos en los que de algo debo hablar pasare a poner algunos ejemplos de esa profunda relación entre vallenato y novela.

CONOCIENDO EL HIELO

Podemos comenzar por ese acto de conocer/desconocer que es el inicio mismo de la novela. El coronel Aureliano Buendía recuerda el haber conocido el hielo, elemento natural como no hay otro. Menejo, uno de los personajes de Calixto Ochoa, en cambio no logra conocer el foco de luz.

Melquiades es un personaje central en la novela. Aparece una y otra vez como charlatan, trotamundos y portador de extraños conocimientos. Trae imanes, catalejos, lupas, dentaduras postizas. Excita y desorienta a José Arcadio Buendía con su ciencia. Introduce la alquimia. En las canciones de Calixto Ochoa no hay ningún descubridor pero si hay muchos desorientados. Todos sus personajes lo son.

Quizá uno de los méritos mayores de Calixto es haber sabido incorporar a la memoria de los amantes de la música popular una galería de personajes, a través de relatos chuscos, que recrean el drama de los campesinos caribes con la llegada de los nuevos inventos. Los hombres de Monte–Menejo, Remanga, Yoyo, Chan, Blacho, Mandraka Repungencio, Rebrundisio, Tiburcio, Brascutilia y Chepa, entre otros- en los cantos de Calixto viven en carne propia la llegada de los automóviles y la luz eléctrica, los ascensores, con sus operadores gringos, las cirugías médicas y la creciente inseguridad de las ciudades pobladas de salteadores.

El caso más destacado es el de Menejo, cuando descubre la luz eléctrica. Es una crítica carnavalesca a la modernidad. Se trata de la canción “El calabacito alumbrador” en la que Menejo confunde un foco con un calabazo cuyas flores son las luces, al descubrir que éste no tiene semillas para sembrarlo, decide regresar donde la vendedora para reclamarle: 

Devuelve la plata o me da otro calabazo / porque usté me engañó con su calabazo vano / Devuelve la plata o me da otro calabazo /porque usté me vendió fue un calabacito malo.

17 HIJOS EN DIFERENTES MUJERES

Un segundo ejemplo, la libertad sexual. Se recordará cómo el coronel Aureliano Buendía, personaje principal en la magna obra de Gabo, tuvo 17 hijos, todos con mujeres distintas. En la novela se describen inmensas hazañas sexuales, experiencias desmesuradas entre machos y hembras. Se suceden las escenas amorosas protagonizadas por parejas clandestinas, maridos infieles o parientes cercanos. A lo largo de la novela, la familia Buendía vive bajo la advertencia/maldición de la madre de Úrsula: que los bebés fruto del incesto nacen con cola de cerdo.

Y es que no es del todo extraño en la región, pese a que la sociedad siente encima el tradicional peso de la Iglesia Católica, que el hombre goce de especial libertad para "tener amores con otras", sus "queridas", y de conservar así hogares por fuera del matrimonio, con hijos incluidos, sin por eso faltar a la fidelidad que se le debe a la mujer, al único verdadero amor.

El vallenato, que hace gala de un muy amplio grado de picaresca, propio de sus gentes desenfadadas y parranderas (o fiesteras), recoge esta suerte de "permisividad" en canciones como 'La Celosa', de Sergio Moya Molina...

Cuando salga de mi casa / Y me demore por la calle / No te preocupes, Juanita / Porque tu muy bien lo sabes / Que me gusta la parranda / Y tengo muchas amistades / Y si acaso no regreso por la tarde / Volveré al siguiente día en la mañanita / Si me encuentro alguna amiga / Que me brinde su cariño / Yo le digo que la quiero / Pero no es con toda el alma / Solamente yo le presto / el corazón por un ratico / Todos esos son amores pasajeros / y a mi casa vuelvo siempre completico / Negra no me celes tanto / Déjame gozar la vida / Tu conmigo vives resentida / Pero yo te alegro con mi canto

Esto, evidentemente, tiene que ver con la dicotomía que nos presenta Octavio Paz en su obra La llama doble. Amor y erotismo. La “llama doble” es la parte más sutil del fuego que se eleva en una combinación de rojo y azul. La llama roja representa el erotismo, el pleno deseo sexual. La llama azul el amor romántico. Cuando Sergio Moya dice “a mi casa siempre vuelvo completico” es que en las relaciones pasajeras no se desgasta el amor, solo el eros.

LOS MUERTOS TRAVIESOS

En nuestros países los muertos tienen la manía, pese a haber partido de este mundo, de continuar haciendo apariciones e interactuar con los vivos, para reclamarles cosas, para prevenirlos, para brindarles a veces consuelo, como si se tratase de lo más natural. En nuestra oralidad es un tema constante. En las letras se hace presente en forma trágica en Pedro Paramo o en forma más erótica en Doña Flor y sus dos maridos. En Cien años de soledad no podían faltar.

La prehistoria de Macondo está relacionada a la muerte. La riña entre José Arcadio Buendía y Prudencio Aguilar, ocasionada por una pelea de gallos, seguida por ciertas imputaciones poco prudentes sobre la virilidad de aquel, termina en pleno asesinato, luego calificado como “duelo de amor”. La relación entre gallos y virilidad también forma parte de nuestra cultura popular. “Ser una gallina” y “ser un gallito” son expresiones para referirse a la cobardía y al valor respectivamente. Entre los vallenatos tenemos uno dedicado al tema de la pelea de gallos como una metáfora de la pelea entre hermanos. En El gallo viejo de Emiliano Zuleta se dice: “Díganmele a Toño, a Toño mi hermano/ que yo soy muy gallo / y él está muy pollo”.

Un poco más adelante en la novela Ursula se encuentra con Prudencio vagando por la casa: “Una noche que no podía dormir, Ursula salió a tomar agua en el patio y vio a Prudencio Aguilar junto a la tinaja. Estaba lívido, con una expresión muy triste, tratando de cerrar con un tapón de esparto el hueco de su garganta”. Son tantas las apariciones de Prudencio que José Arcadio Buendía se ve obligado a abandonar el pueblo en “un viaje absurdo” que terminará siendo el origen de Macondo.

No debería tener necesidad de los aparecidos con el vallenato. Está más que probado que se trata de un tema propio de nuestras oralidades. Sin embargo, para no romper la rutina, citare a Calixto Ochoa y su tema El muerto borracho:

En la esquina 'e la calle Serra / Sale un muerto pero borracho / Él le pide un beso a las hembras / Y a los hombres les pide un trago / Vean qué muerto tan misterioso / Que en el mundo nunca se ha visto / Porque en vez de pedir responso / Lo que pide es ron y besito / [...] Me paré en el médio 'e la calle / A rezarle un Padrenuestro / Y el descaro que tuvo el muerto / 'E preguntarme donde era el baile

FRANCISCO EL HOMBRE

Pero si hay una presencia explicita de la canción en Cien años de soledad es por la vía de dos personajes de la novela que también lo son de la realidad y el mito colombiano: Francisco el Hombre y Rafael Escalona.

A quien García Márquez y la tradición musical colombiana llaman Francisco el Hombre en su partida de nacimiento dice llamarse Francisco Rada Batista. Es el introductor del acordeón en Colombia, instrumento desde el que nace tanto el son, practicado por Francisco el Hombre, como el vallenato, practicado por Escalona:

Mi historia comienza con un naufragio. Era un barco alemán. Estaba lleno de acordeones. Iba rumbo a la Argentina y encalló en nuestra costa. Fue así como el acordeón llego a nuestro país. Hasta entonces lo único que teníamos eran los tambores de los negros y las flautas de los indios. Aquí no había nadie que pudiera enseñarnos a tocar el acordeón. Así que inventamos nuestro propio estilo”

Francisco Rada tenía 4 años cuando sostuvo por primera vez un acordeón en sus manos. No lo soltó hasta que, pasados los 90, ya no pudo seguir viviendo más. Hay quienes dicen que en el país de los muertos sigue tocando. No solo tocó, compuso canciones, inventó su propio ritmo: el son colombiano. Aunque prefiere tocar en vivo, fue el primer acordeonista que llegó a la radio colombiana. García Márquez lo describe como “un anciano trotamundos de casi doscientos años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo”. Francisco el Hombre era algo así como un periodista ambulante. Nos dice la novela: “Francisco el Hombre relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en su itinerario, desde Manaure hasta los confines de las ciénagas”.

Francisco el Hombre relataba, como ya se ha visto al principio de la conferencia, sin distinguir lo posible y lo fabuloso. Uno de esos relatos fabulosos tiene que con el propio personaje: el día que derrotó al diablo. Sobre el tema hay muchas versiones. La de García Márquez en la novela es que “derrotó al diablo en un duelo de improvisación de cantos”. Otros, más cercanos a la música que al canto, dicen que lo derrotó porque tocaba mejor el violín. También existen versiones más religiosas como aquella de que recitó el Credo al revés o la que cuenta el propio Francisco en la película, que fue la medallita que llevaba la que lo salvo.

En los 200 años que le otorga de vida la novela, Francisco el Hombre entre hijos, nietos y bisnietos tuvo 422 descendientes pero al mismo tiempo una soledad inmensa, como la de los Buendía:

en mis últimos años yo compuse una canción pero es para decirles todo lo que me ha pasado, a todo lo que he hecho no le han dado valor por causa de mis notas yo me he ganado un don y ahora tengo que morir como un hombre desgraciado

Y realmente, aunque muchos han ganado plata con sus canciones, él tiene esas jubilaciones nada jubilosas que lo hacen pensar cada día si comerá o no. Alguna vez le dijeron que le iban a construir un monumento. Él lo rechazo “los monumentos son para los muertos, construir uno ahora traería mala suerte”. Lo que sí aceptó fue regresar al pueblo que lo vio nacer, El Difícil, para un homenaje. Y no se crea que el nombre “El Difícil” es parte de un relato, se trata efectivamente de un centro poblado, nada menos que la cabecera municipal de Ariguani.

RAFAEL ESCALONA EN EL BARRIO DE TOLERANCIA

Si al principio de la novela se habla de Francisco el Hombre, al final, pasados ya 100 años, el personaje es Rafael Escalona. “En el último salón abierto del desmantelado barrio de tolerancia un conjunto de acordeones tocaba los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo, heredero de los secretos de Francisco el Hombre”. Se establece una continuidad que no cesa. Escalona es ahora el que cuenta las historias: Un cura que se roba la custodia de la iglesia y la reemplaza por una falsa, la fuga de una niña bien con el chofer de un camión, los hambres de pan y de amor de un estudiante, por solo citar algunas.

Pero, además, es interesante el hecho de que las cuenta “en el barrio de tolerancia”. Arguedas decía que es en los prostíbulos donde los hombres dicen la verdad. Y dedicó buena parte de Los ríos profundos al barrio de tolerancia de Abancay, Huanupata. Como sabemos es en el barrio Huanupata donde comienza la rebelión de la novela que será el acto liberador que al fin saca a Ernesto del colegio opresivo y lo lleva a tomar su propio camino en la vida, que es el mismo camino que Felipa, la dirigente de las chicheras. 

En Cien años de soledad Escalona canta en el último salón de El Niño de Oro, el burdel zoológico. Repleto de animales se asemeja al Edén no sólo por lo abundante de su flora y fauna sino también porque “el aire tenía una densidad ingenua, como si lo acabaran de inventar” y las bellas morenas “conocían oficios de amor que el hombre había dejado olvidados en el paraíso terrenal”.

MACONDO VIVE EN LA MÚSICA

“Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él” decía Vallejo. Pero, como es lógico, una vez que fue al pueblo, en este proceso de vaivén, nuevamente tiene que retornar. García Márquez bebió de la canción para producir una novela que Miguel Fernández Braso ha calificado como “una conversación infinita”. Grandes párrafos que imitan el continúo río de un relato oral, jamás preocupado por el punto aparte. El paso de regreso tenía que ser una canción situada en Macondo y que nos cuente su historia.

Y aquí es donde interviene el Perú. Estamos en el año 1969. Tenemos, rarísimo en el Perú, un gobierno con política cultural. El Festival de Ancón brilla con tanta luz como el de Viña del Mar. Y resulta ganadora la cumbia Macondo de Daniel Camino Diez Canseco. Cuando el tema trascendió fronteras y se comenzó a escuchar por todo el continente hubo quien pensó que era colombiano. Al fin y al cabo es una cumbia dedicada a García Márquez. Pero no, tan peruano como Macchu Picchu o el ají de gallina.

Daniel Camino Diez Canseco es considerado uno de los pioneros de la televisión peruana; en 1961 debutó como conductor de “El Tribunal del Talento” y “Punto y Raya”; pero optó por la producción y llegó a tener una jefatura en el rubro en el canal cuatro. No solo fue productor, sino también actor, director, guionista y periodista, gustaba codearse con las grandes estrellas, entre las que se contó la diva mexicana María Félix. Camino Diez Canseco fue uno de los peruanos triunfadores en Hollywood al igual que Ima Sumac. Murió el 23 de julio del 2009 víctima de una neumonía que devino en un paro cardiaco. Alguna vez hubo gente valiosa en la televisión peruana.

Propone la novela como un sueño: “Los cien años de macondo sueñan, / sueñan en el aire”. Pero es un sueño musical, en el que cada uno de los personajes y el propio autor van a interpretar un instrumento. A “Gabriel”, llamado así por su nombre, le da la trompeta. Luego se produce un desfile de personajes/sentimientos/música: “Las tristezas de Aureliano, el cuatro/ la belleza de Remedios, violines/ las pasiones de Amaranta, guitarras / el embrujo de Melquiades, obóes”. Completa la canción lo que podría ser el resumen de la novela desde la inspiración de Camino: “eres, epopeya de un pueblo olvidado/ forjado en cien años de amores e historia”.

CONCLUSIÓN  

Cien años de soledad monta toda su búsqueda de coherencia y de riqueza literaria en la inserción dentro de una tradición colombiana y latinoamericana marcada por los “relatos de la abuela” y las canciones. Pero, al mismo tiempo, es la superación de esa tradición por la vía de una novela, artefacto imposible de oralizar. Es, al mismo tiempo que una síntesis de conocimientos ancestrales, un nuevo producto. No puede explicarse sin la participación creativa del pueblo colombiano pero cobra una dinámica y un significado propios.

BIBLIOGRAFÍA 

Fernández-Braso, Miguel 1969 Gabriel García Márquez una conversación infinita Madrid Editorial Azur

José Domingo 1968 "Gabriel García Márquez" en Revista Insula, Madrid, junio, Nº 259

Méndez, José Luis 1969 Cómo leer a García Márquez Una aproximación sociológica Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico


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Me sale espuma

"Quiero escribir, pero me sale espuma"