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200 años del viejo topo

Publicado: 2018-05-12

A Marx se le estudia como filósofo, economista y hasta como historiador. En realidad ninguno de esos era su oficio principal. Él era un topo. Se encargaba de socavar, desde sus bases mismas, el sistema capitalista.  

Para comenzar nunca le llamó “democracia” al orden político imperante. Ni siquiera con ese extraño añadido de “burguesa”. Etimológicamente democracia significa “poder popular”. El poder de un grupo minoritario (la burguesía) no puede llamarse “democracia” a menos que digamos que la lluvia cae para arriba.

El sistema imperante está estructurado desde el capital. Desde ahí se articulan las relaciones sociales de explotación y dominio. En el mundo del capital toda relación de dominio de clases es simultáneamente de explotación Puede ser directa, sobre trabajadores dependientes de una u otra empresa. O indirecta, sobre trabajadores con los que aparentemente no hay ninguna relación. Los trabajos de cuidados, por ejemplo, normalmente destinados a la mujer, de la que se dice que “no hace nada, para en casa”. Claro, ahora el hogar es una cárcel para las mujeres.

Pero el capital no puede revelarse al mundo como un mundo de explotación y opresión. Tiene la obligación de disfrazarse, ocultar sus dinámicas. Y lo que nos ofrece es un “mundo de hombres libres e iguales”. El capitalista entonces no se aprovecha de la riqueza creada por el trabajador sino que pactan, libremente, la compra-venta de mano de obra. El trabajador es “libre”. Puede decidir si vende su trabajo o se muere de hambre. El capitalista quisiera ser más libre de lo que ya es. Cuantas menos leyes laborales haya será mejor. Si puede no pagar vacaciones, CTS, seguro social, etcétera ¡cuánto mejor! Si no hay un límite de horas de trabajo o en vez de ser 8 son 12 o 16 ya nos vamos acercando al paraíso. Eso se llama neoliberalismo.

La fuerza de trabajo reposa en la corporeidad viva del trabajador, (músculos, cerebro, sistema nervioso, esqueleto, corazón, pulmones, etc.). No hay forma de separar a una del otro. Por tanto, cuando el trabajador vende su fuerza de trabajo, el capital no sólo se lleva aquella mercancía, sino también la corporeidad viva total del trabajador. Y todo lo que le suceda a esa fuerza de trabajo: en términos de extenuantes jornadas, agotamiento físico y mental, para no hablar de agotadoras horas de traslado de la vivienda al trabajo y viceversa, es al trabajador y a su cuerpo al que le sucede.

Como si fuera poco hay una "trampa" al vender la fuerza de trabajo. Es una mercadería que crea mercaderías. En realidad no hay nada que no haya sido creado a partir del trabajo humano o de la naturaleza. La fuerza humana crea, por eso, un plusvalor del que se apropia el capitalista.

Como vemos la “libertad” en el terreno económico no resulta muy grata. Pero el capital tiene otro disfraz. La política, nos dicen, no tiene relación con la economía. Son mundos apartes. En política sí que todos somos iguales y todos queremos el desarrollo de nuestra patria. La gran virtud de Marx fue revelar que economía-política-cultura era un todo articulado. De hecho lo que se presenta como operaciones simplemente económicas son también operaciones políticas de sometimiento, violencia y coacción encubiertas.

Hay otro terreno en el que política y economía parecen comprometidas. Las preguntas clásicas de la economía: ¿qué se produce? ¿cómo se produce? ¿para quién (es) se produce?, ponen de manifiesto que en momentos históricos determinados son los proyectos de determinados capitales los que prevalecen y organizan la vida en común. No son los ciudadanos norteamericanos los que han decidido que se gaste más en armamento que en salud. Durante la guerra de Afganistán, sin embargo, por cada dólar empleado en armas los hospitales recibían apenas un centavo. Esas son las proporciones.

Pero, nos dicen, este es un sistema “democrático” porque entre todos elegimos a nuestras autoridades. Con la constitución del ciudadano y más tarde con el sufragio universal aquel proceso alcanza una nueva vuelta de tuercas. Cada cabeza es un voto y un voto es igual a cualquier otro. El de Dionisio Romero vale tanto como el de su portero.

En los hechos los ciudadanos eligen en un campo de juego que ha sido previamente delimitado y en donde las opciones a elegir han sido filtradas por las reglas y procedimientos inscritas en aquella delimitación. El Estado de derecho imperante expresa los límites del campo de juego y las reglas con las que se va a jugar. De esta forma, en tales procesos, sólo se encuentra en juego lo que aquellas delimitaciones permiten. No se discute si la propiedad será común o privada. Ni si los gobernantes estarán bajo control ciudadano. O si la policía o el ejército deben proteger al pueblo en vez de reprimirlo. Cuántas libertades tengan los trabajadores para oponerse a políticas particularmente opresivas no depende, en modo alguno, de lo que diga la Constitución o la Declaración Universal de Derechos Humanos. Son los trabajadores mismos, con sus luchas y movilizaciones, los que van consiguiendo sus derechos. Si en alguna elección se va más allá de lo debido las fuerzas armadas pueden dar un correctivo, como sucedió en el Chile de Pinochet.

Eso ha funcionado así desde que comenzó el capitalismo. Pero ahora, con los Tratados de Libre Comercio, se ha ido un paso más allá. Como los Estados pueden sufrir la presión social no son del todo confiables. Y entonces se han establecido tribunales donde las empresas pueden demandar al Estado si ve en riesgo sus ganancias. Ya se han dado varios de estos juicios: por subir el sueldo mínimo, por prohibir actividades contaminantes, por pedirle a los fabricantes de cigarrillos que adviertan que son peligrosos para la salud. Normalmente las empresas ganan estos juicios. Si no ocurre eso igual el país termina gastando un dineral en abogados. El Estado en cambio no está autorizado a presentar demandas en estos mismos tribunales. Es un gobierno corporativo.

¿Cómo cambiar todo esto? Marx no era un inventor de recetas mágicas. Esperó que la propia historia diera la receta. Y eso ocurrió en la Comuna de París. Un gobierno basado en la organización popular, con delegados que debían dar cuenta de sus actos a los comuneros y que podían ser cambiados en cualquier momento, con las fábricas bajo control de sus trabajadores, la sociedad entera decidiendo qué y cómo producir, el ejército ya no como una unidad autónoma sino que respondía también al pueblo organizado.

Este mismo esquema se ha repetido no una sino muchas veces: en la Unión Soviética entre 1971 y 1921 por lo menos (algunos dicen 1924, pero no más); en la España republicana; en Hungría durante la revolución política de 1956. Si no han durado más es por dos motivos. El primero es que l.a esperanza de que el brote revolucionario en un país sirviera para la expansión hacia otros que puedan colaborar entre si no se cumplió. Por el contrario lo que se dio fue una solidaridad entre las clases dominantes. De hecho durante la República Española se produjo el primer bombardeo de una ciudad: Guernica, por tropas nazis. Los países “democráticos” miraron para otro lado. De lo contrario quizá no se hubiera dado la Segunda Guerra Mundial.

El otro motivo es más importante todavía. Mientras que el capitalismo no puede vivir con la democracia, el socialismo no puede vivir sin ella. Un sistema basado en el pueblo organizado tiene, por fuerza, que tener un pueblo activo. Un pueblo que piense sin cortapisas, que desacate las órdenes del Partido cada vez que sea necesario, que esté dispuesto a movilizarse de modo independiente. Eso comienza a fallar en 1921 cuando, todavía con Lenin y Trotsky, se prohíben los otros partidos revolucionarios y las tendencias al interior del bolchevismo. Rosa Luxemburgo lo advirtió y sin embargo reconoció que la revolución seguía firme. Tres años después, ya con Stalin, todo cambió. No sólo que la burocracia tomo el control del Estado sino que se regresó a la familia patriarcal; se perdió de vista la conservación del medio ambiente. En fin. Pero hubo algo que no se disipó: la experiencia de que otro mundo es posible.


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Me sale espuma

"Quiero escribir, pero me sale espuma"