Alianza Lima y ColoColo: equipos de clase
Cuando un peruano recuerda el resentimiento contra Chile me queda claro que no es de izquierda. Los izquierdistas tuvimos que alojar no uno sino muchos chilenos el 73. Todos huían de la dictadura pinochetista.
Cuando un chileno recuerda el enfrentamiento contra Perú me queda claro que no vive en los barrios populares de Santiago. Los pobres de Chile, desde los 80, comparten espacio con peruanos que huyeron de la inflación alanista.
La amistad peruano chilena tuvo varios momentos importantes. Quizá el más dramático aquel 1907 en Iquique. Durante una huelga de salitreros los trabajadores tomaron una escuela, la Santa María. El gobierno decidió hacer una matanza pero, por gestiones del cónsul peruano, permitirían que salieran nuestros connacionales. Ellos, sin embargo, se negaron. Se preferían muertos antes que traidores.
Pero si hoy, después de tantas cosas que nos han pasado juntos, hay un símbolo de amistad entre Perú y Chile es la relación entre Alianza Lima y el ColoColo. Amistad que se ha consolidado en el drama del 87, cuando se cayó el avión en que viajaba el equipo, los directivos y varios hinchas de regreso a Lima. Fue ahí que el ColoColo nos prestó cuatro jugadores que cumplieron notable papel en el campeonato. Alianza, a pesar de la tragedia, quedo segundo.
Un grupo de hinchas de ambos equipos han publicado un libro sobre la historia de esa amistad.

Lo interesante es que no se quedan en el episodio del 87. Retroceden hasta el primer partido de los dos equipos cuando el ColoColo nos visitó en 1929. Desde esa fecha se han encontrado 29 veces de un total de 117 ocasiones en que Alianza jugó con equipos chilenos.
En esos años no existía futbol profesional. Y era claro que Alianza Lima representaba a la clase trabajadora, al barrio de La Victoria y a la negritud. Sus jugadores eran todos trabajadores:
Juan Valdivieso (ebanista), Juan Rostaing (albañil), Alberto Soria (cobrador del servicio de agua potable), Domingo García (chofer), Filomeno García (desconocido), Julio Quintana (obrero), José María Lavalle (adobero), Alberto Montellanos (obrero), Demetrio Neira (chofer) y Jorge Koochoi Sarmiento (chofer)
Lo mismo pasaba con el ColoColo
Juan Ibacache (tipógrafo), Víctor Morales (obrero), Togo Bacuñan (profesor normalista), Francisco Arellano (ferroviario), Oscar González (obrero), Arturo Torres (desconocido), Ernesto Chaparro (desconocido), José Miguel Olguín (profesor normalista), Carlos Scheneberger (oficinista), Eberardo Villalobos (desconocido), Guillermo Subiabre (oficinista)
Así los dos equipos serán importantes en la construcción de una identidad de clase.
Pero, por supuesto, el grueso del libro es la memoria del accidente y los mitos que en torno a él se construyeron. Y eso va contado desde las dos orillas. Desde el Perú hacen una interpretación de las historias, ninguna comprobada, que tejió la imaginación popular sobre el accidente: las posibles drogas, el supuesto heroísmo de los jugadores, la suerte de Tomasini y el piloto. Esta parte la escriben Aldo Panfichi y Víctor Vich.
Desde la otra orilla, desde Chile, Diego Bravo Rayo, Juan Carlos Pérez y Carlos Vergara nos presentan la historia de los cuatro jugadores que fueron prestados para que Alianza pueda completar su equipo. Una historia que comienza cuando les avisaron que vendrían a jugar al Perú y que todavía no termina ya que están vivos. Ya algunos de ellos no se dedican al futbol ni tendrían fuerzas para hacerlo. Pero su paso por Alianza Lima es parte importante de su historia.
El libro termina con anécdotas de amistad entre los dos equipos en distintas partes del mundo. No voy a comentar esa parte. Prefiero contar mi propia historia.
Era el segundo entierro de Víctor Jara. El primero, durante la dictadura pinochetista, no congrego más que a cuatro personas y rodeadas de carabineros. El segundo fue de miles que llegaron desde distintas partes de Chile. A mí me acompañaba un periodista de El Ciudadano que insistía en que a los peruanos nos trataban mal en Chile. Yo insistía en que por lo menos hasta ese momento había recibido muchas muestras de cariño. Ninguno de los dos estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y yo pensaba que hacer para demostrarle mi verdad. En eso veo pasar un hincha del ColoColo y me presento como aliancista. La tarde cambio radicalmente. Abrazos por aquí y por allá. Al final nos fuimos a tomar el periodista, los hinchas y yo. Toda la noche a cargo de los colocolinos. Le daban las gracias a Alianza Lima por haberles permitido ayudar. Ahí entendí la diferencia entre la solidaridad y la limosna. El solidario es alguien igual que tú que ayuda porque eso lo hace feliz. Es una felicidad y una alegría mutua que ojala dure cien años más.