Arguedas, sus alumnos y la Casa de la Literatura
Este viernes, en la Casa de la Literatura, se presenta la revista que J. M. Arguedas hizo con sus alumnos de Sicuani
La escuela, tal como está pensada, lejos de ser un espacio de creación de conocimiento, resulta alienante. Como espacio de recepción de supuestos saberes nos coloca en un papel pasivo que divide el mundo entre profesores y alumnos. Como para que, después, aceptemos como normal la división entre poderosos y obedientes. Así cumple dos papeles: centraliza el conocimiento, lo pone al cuidado de los “expertos”, castra el espíritu de aventura y con eso centraliza el poder.
Antes de entrar a nuestro José María quiero citar al boliviano Alcides Arguedas. En Pueblo Enfermo, luego de describir las supuestas taras del indio boliviano, propone como solución la imposición de la escuela. En Raza de bronce en cambio parece cuestionar esto. Al final de la novela Choquehuanca, el indio prudente que supo evitar hasta el fin un enfrentamiento riesgoso para luego conducir a su pueblo a la victoria dice:
También he pensado que sería bueno aprender a leer, porque leyendo acaso llegaríamos a descubrir el secreto de su fuerza, pero algún veneno terrible han de tener las letras, porque cuantos las conocen de nuestra casta se tornan otros, reniegan de su origen y llegan a servirse de su poder para explotarnos también
José María descubre que el problema no está en las letras sino en lo que viene con ellas. Esa escuela y esa cultura que impone normas extrañas y desconoce las propias, al punto que termina “renegando de su origen”. Desconoce que parte de nuestra riqueza es la diversidad cultural. En “Llamado a algunos doctores” Arguedas enfrenta el conocimiento de la academia con el tomado durante miles de años por la cultura quechua.
La escuela desconoce además los saberes vivenciales. El niño aprende jugando, descubriendo el mundo desde su asombro. Sin embargo en el colegio y en la sociedad se privilegian los conocimientos que vienen del libro, de la autoridad autorial. José María invierte los papeles: “He aprendido menos de los libros que en las diferencias que hay, que he sentido y visto, entre un grillo y un alcalde quechua” nos dice en El zorro de arriba y el zorro de abajo. Y la dimensión de lo sentido es importante en toda su producción.
Como parte de estos desconocimientos se produce un divorcio entre la escuela y la sociedad. Es un espacio cerrado: “Y el colegio era siempre un local grande donde profesores y alumnos nos encerrábamos para estudiar tantos cursos” dice Arguedas. En verdad se trata de un doble encierro. El físico y el epistemológico: “Química, Física, Matemáticas, Geografía, Historia, Anatomía, Botánica. De lo que pasaba y de lo que había fuera de ese local nunca hablábamos. Del Perú sólo sabíamos una narración escueta de los hechos pasados y una lista de sus ríos, lagos, montañas y mesetas”.
El profesor Arguedas resolvía este encierro saliendo con sus alumnos a observar las fiestas, los ritos de cosecha, los matrimonios, en un verdadero trabajo antropológico. En la revista Pumaccahua, que los propios alumnos publican, se recogen waynos (sic) de Alfredo Macedo y Gabriel Aragón; cuentos populares como “El jhakakllo”; varios estudios sobre fiestas del lugar hechos por los propios alumnos: la danza de los ccanchis, la fiesta india de San Juan, el carnaval, el día de difuntos, la cosecha de trigo.

Pero no solo eso. Incentiva la creación que sale de los propios alumnos. Destacan los poemas escritos por Blas Aguilar, muchacho de 15 años del que Arguedas dice “Sabe tomar las palabras en su expresión absoluta y les da, a veces, el infinito sentido de belleza que tienen las palabras. Esto parece que lo hubiera oído de Eguren o de Emilio Adolfo Westphalen”. Y en los exámenes el profesor Arguedas no hace preguntas que puedan ser respondidas de memoria “¿En qué países de América del Sur y por qué la cultura ha sido más influenciada por el pueblo nativo? ¿Cree usted que esta influencia aumentará y hasta que punto?” es una pregunta tomada en el curso de geografía de segundo año de media. La revista recoge algunas de las respuestas. Muy instructivas para todos.
Pero el proyecto arguediano es integrador. Hemos visto como compara los escritos de Blas Aguilar con Eguren o Westphalen. Podemos decir que el primero tiene un sentimiento andino mientras que los dos últimos son más bien capitalinos. Pero lo que le da belleza a la palabra es el sentir que hay detrás de ella. Y leyendo los comentarios que los muchachos hacen sobre Eguren uno no puede dejar de emocionarse: “José María Eguren, cuanta bondad y ternura abriga tu corazón” dice, por solo poner un ejemplo, Jorge Castillo de 16 años de edad.
Curiosamente la revista es financiada con el apoyo de los amigos de Arguedas entre los que se encontraba Westphalen. Eran tiempos de cambio en el Perú, como bien dice Javier García Liendo de la Casa de la Literatura. La revista Pumaccahua es parte importante de este cambio. Además, como creo haber probado en un libro ya bastante viejo, la experiencia educativa de Arguedas es la base de Los ríos profundos, novela en la que describe la escuela como ambiente cerrado (se trata de un internado) y dogmático (se trata de un colegio religioso).
A pesar de la importancia de la revista no podíamos conocerla directamente hasta hoy. Este mes la Casa de la Literatura ha realizado dos actividades muy importantes para seguir conociendo a nuestro novelista mayor. Por un lado el seminario que dicto Juan Escobar sobre el vínculo entre Arguedas y Chile; por otro la publicación de la revista que estamos comentando. La Casa de la Literatura es un espacio con personalidad propia, bastante más dinámico que nuestras universidades, que merece un saludo con real entusiasmo.

La presentación será este viernes 12 en la Casa de la Literatura, Jr. Ancash 207, lo que fue la Estación de Desamparados.