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Un libro oral

Elías Rengifo presenta su último libro, Al canto del agua, en la Casa de la Literatura el jueves 25 a las 7 de la noche

mi cabeza es como una gran canasta

Blanca Varela

Publicado: 2018-10-23

El pensamiento simplista es dicotómico: frente al bien está el mal; frente a lo alto, lo bajo. Una cabeza no puede ser una canasta. Por eso resulta tan difícil a la academia peruana estudiar el vals que es escritura para ser oralizada, o los “libros” de los cómicos ambulantes que es oralidad puesta por escrito. Y, sin embargo, hay quienes se han arriesgado por ese camino. Para poner ejemplos citaré a Fred Rohner en el caso del vals y a Víctor Vich en lo que él llama el discurso de la calle.  

Pero hasta ahí es posible otra dicotomía: el campo es el dueño de la oralidad, la ciudad de la escritura. Hasta que llegó Elías Rengifo para disolverla. En su libro Al canto del agua nos muestra como la oralidad de una comunidad cercana a Lima, San Pedro de Casta, encuentra un libro (el Entablo) cuya realización está dada a través de la fiesta, las hualinas, los mitos de origen.

Tampoco acepta esa división tradicional que vincula lo oral con lo arcaico, lo escrito con la modernidad. Rengifo nos dice, en cambio, que en el Entablo “la letra se inviste de los signos de la tradición y lo sagrado, mientras que la voz es portadora de los signos de la modernidad y lo profano –o, al menos, lo cotidiano”. El libro, en efecto, es considerado sagrado y esotérico en la comunidad, solo los elegidos pueden tener acceso a él. Marco Martos recuerda que ese fue originalmente el sentido de la Biblia.

Y ya que estamos hablando de religión tampoco debemos separar las religiones originarias del catolicismo. En verdad el dialogo entre las dos cosmovisiones es tan antiguo como la llegada de los españoles. En un auto sacramental de Sor Juana Inés de la Cruz, El divino Narciso, se presenta la antigua religión precolombina como una prefiguración de la llegada del cristianismo a tierras americanas. En la Fiesta del Agua de San Pedro de Casta vemos la continuación del mito de Walallo, el culto a la naturaleza y centralmente al agua. En un testimonio recogido en el libro de Rengifo, la comunera Marisela nos dice “es una fiesta costumbrista, del agua de acá del pueblo que nos han dejado nuestros padres nuestros antepasados”.

Pero es también una fiesta cristiana. Esto es claro a través de la presencia del párroco y la cruz “y en caso no hubiera el párroco se levantará una persona notable a dar la bendición del padre, del hijo y del espíritu santo”. Por otro lado Héctor Calixtro, fiscal de la parada de Yanapaccha el 2002, se pregunta “Y ¿Qué es todo esto? ¿no es la creación de Dios?”.

Lo que es rechazado es la comercialización de la vida, la falta de religiosidad. Cuando Marisela se queja de que “la gente no cree” en verdad no está hablando de ateísmo. No basta ser creyente para ser religioso. Hay que conservar el rito y el sentido íntimo del mismo. Un rito sin sentido no pasa de ser una actuación. Marisela lo explica: “nadie tenía que estar en el pueblo andando, todo silencio, porque se decía que si caminaba una persona quería la muerte (…) ahora ya no, han cambiado, porque cuando están en ceremonia, la gente solo está tomando”. La comercialización de la vida ha llevado al consumismo.

Esto nos lleva a las presiones que están sufriendo las culturas populares, tanto en la ciudad como en el campo, por los procesos de globalización capitalista. Es un problema que debe ser enfrentado porque tanto lo ecológico como lo comunitario son valores que deberíamos rescatar. Y eso supone la construcción de una utopía desde esas mismas culturas. Una utopía que, como nos proponía Walter Benjamin, no se construye mirando al futuro sino al pasado. Eso lo vemos en el discurso de Gustavo Olivares, vocal de la comunidad, que propone “la cultura nuestra debe expandirse por todo el país si es necesario hasta fuera del país”. Y quizá ese sea el sentido y la importancia del libro de Rengifo, convertirse en un Pachachaca, un puente sobre el mundo, capaz de unir a los comuneros de San Pedro de Casta con nosotros.

En ese sentido se trata de un libro de alta calidad académica, que tiene un fuerte arraigo en el método semiótico, pero también un texto lleno de sentimientos por la comunidad estudiada y que forma parte de la construcción de la utopía. Koselleck al formular su enfoque epistemológico señalaba que la historia escrita por los vencedores es siempre teleológica y apologética: "A corto plazo, puede suceder que la historia esté hecha por los vencedores, pero a largo plazo, los logros históricos de conocimiento provienen de los vencidos”. Eso es cierto. Pero, en nuestro caso, el de los comuneros, el de los criollos, el de los cómicos ambulantes, no podemos hablar de vencidos. Más allá de lo que digan o quieran los poderosos, incluidos los de la academia, estamos en pie. Y el canto del agua que nos ofrece Elías nos fortalece aún más.


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Me sale espuma

"Quiero escribir, pero me sale espuma"