200 años de resistencia negra
El lunes 28 tenemos presentación de libro del CEDET
«Los gatos» es una fábula de Mariano Melgar (1971: 141). En ella se narra la historia de tres gatos: «uno blanco, uno negro, otro manchado» que eran perseguidos por un «perro endemoniado». Para «dar el golpe» a su enemigo debían juntarse. Pero comienzan a luchar por quien debe encabezar la pelea y el perro, aprovechando esto, los destroza. Es claro el carácter incluyente de la rebelión de Pumacahua. Podemos decir lo mismo de la de Túpac Amaru. Zelmira Aguilar Candiotti nos recuerda que fue el primero que declaró la libertad de los esclavizados. Recuerda, además, una serie de héroes negros que la historia oficial no menciona. Pero esos proyectos fueron derrotados. El proyecto triunfante fue, más bien, excluyente. Se impuso el gato blanco.
EL ESTADO RACIAL
En la «Carta de Jamaica» Bolívar deja claro que se trata de la libertad de los hijos de los españoles. Y para que todo quede firme dice «nuestros derechos son los de Europa» (1940: 30). Martín Lienhard (1992) ha afirmado que se trató de una segunda conquista. La «conquista del desierto», en Argentina, no estuvo dirigida a ningún desierto. La «pacificación de la Araucanía», en Chile, fue en realidad la conquista de lo que, hasta entonces, era un territorio autónomo: el Wallmapu. En el Perú, Ecuador, Colombia, se impone lo que M´bare N´gom Faye llama, en este libro, un Estado que «carecía de los parámetros que configuraban lo que Antonio Gramsci describe como el estado ético». Para el marxista italiano, un Estado es ético cuando logra integrar a toda la población tras la clase hegemónica. Eso no supone dejar fuera los conflictos, la lucha de las clases-géneros-etnias no hegemónicas por un cambio. Pero en nuestros países, las clases dominantes nunca fueron dirigentes. Se basaron en un proceso de exclusión que supuso la negación del otro, de nosotros.
Luana Xavier Pinto Coelho va más allá y nos habla de un Estado racial. El derecho, nos dice Pinto, es parte de un «proyecto colonial-racista» que perpetúa el eurocentrismo dictando los patrones de comportamiento inscritos en la normalidad, al mismo tiempo que va a perseguir y castigar todos los comportamientos desviados, construidos a través de concepciones racistas de los patrones de conducta social. Ella pone varios ejemplos relativos al Brasil, pero nosotros podemos encontrar otros tantos en nuestro país. No olvidemos, por solo poner un ejemplo, que hasta 1979 las naciones ágrafas peruanas no eran parte de nuestro Estado, no tenían derecho a voto.
Y esto es independiente de la presencia de indígenas o negros en las más altas esferas de la política nacional. Es una característica del Estado, no de sus protagonistas temporales. Sin embargo, Sharún Gonzales nos muestra lo mal representada que está la población negra en el parlamento peruano. Solo cinco mujeres y dos hombres han podido ser identificados como afrodescendientes en los años que van desde la restauración del régimen representativo (que no democrático) y nuestros días. Es más, estos congresistas no necesariamente abordaron temas afroperuanos en su periodo representativo. No se abordó en el evento el caso de los países donde hay una cuota de parlamentarios negros, el caso Colombia, por ejemplo, pero lo real es que la experiencia no ha redundado en favor del pueblo afrocolombiano sino en la creación de un grupo de poder igualmente lejano que el blancoide.
Por otro lado, en el Perú resulta, por decir lo menos, difícil hablar del comportamiento electoral de la población negra. Es la intención de John Thomas III que parte de un análisis de los movimientos étnicos electorales en América (Ecuador, Bolivia). El caso del MAS boliviano es paradigmático porque hizo gobierno durante tres periodos presidenciales. Thomas intenta hacer una proyección del voto afrodescendiente en cuatro distritos con marcada presencia étnica: San Juan de Lurigancho, Ventanilla, Zarumilla (Tumbes) y El Carmen (Chincha). Este último es, de los cuatro, el de mayor porcentaje de negros. Pero aun así, es solo 17.24%. Es evidente que se encuentran integrados a la plebe. A mi parecer, esto no disminuye su importancia, sino la potencia; no solo electoralmente, sino como movimiento sociocultural. Las aspiraciones, las movilizaciones y la cultura de los negros son las de toda la costa popular peruana.
Eso no supone una ausencia de los gatos «negro y manchado» del proceso independentista. Raúl Adanaqué Velásquez nos repite un concepto que ya había sido propuesto por Carlos Aguirre: «Los esclavos a inicios del siglo XIX, lucharon por su propia libertad». La lucha fue desde antes en verdad como muestra Alejandro Reyes que, en base a una revisión del Archivo General de la Nación y del Archivo Arzobispal, nos narra la historia de la rebelión de esclavos de la hacienda Pariachi. Y se continúa hasta nuestros días. El evento coincidió con la minga de los campesinos colombianos en defensa de la vida y de la tierra, en contra de un «doble Estado opresor» conformado por la estructura oficial y los paramilitares, como denunció Daniel Mathews.
LA RESISTENCIA CULTURAL
Podemos clasificar las ponencias en dos grupos. Aquellas que hablan de la discriminación, de cómo, incluso desde posiciones proclives al cambio social, el negro es maltratado. Otras nos relatan cómo se realiza la resistencia a esta discriminación y maltrato y se crea una cultura de resistencia. Entre las primeras, quizá la más interesante sea la de Jean Pierre Córdova que, desde su posición de psicólogo, muestra los efectos desastrosos de los estereotipos que se aplican contra la población negra. También encontramos el análisis que hace Ana Lucía Mosquera Rosado sobre los estereotipos con que es representado el negro en la televisión peruana, particularmente con «El Negro Mama». Una propuesta interesante, aunque ya repetida en múltiples oportunidades, es la de José Campos Dávila que, luego de recordar que la segregación contra el negro y el indio son ciertas, propone que abandonemos las «propuestas criollistas, indigenistas, indianistas, negristas» y asumamos lo que él llama la triguitud que define como «que los ciudadanos autorreconocidos como tales, tengan las posibilidades de desarrollo socioeconómico y cultural sin tener que etiquetarse con su piel, su región, su idioma, su folklore o sus expresiones culturales».
En esa expresión de Campos hay un elemento a destacar. En verdad el ser negro, indígena o blancoide no depende del color de la piel sino de las expresiones culturales en las que se arraiga. El negro no nace, sino que se hace. Se construye su identidad dentro de un ambiente social. Y en América, incorporado a los sectores populares, ha sido forjador de cultura. Marco P. Hernández Cuevas, de México, nos cuenta como es el pueblo negro quien crea el mambo, tango, merengue, cumbia, vallenato, joropo y samba. Situándose en el Perú, Enrique Avilés nos da cuenta de su importancia en el teatro, la música y la danza de nuestro país. La importancia de Perú Negro es indiscutible.
Ranahit Guha decía que el sujeto subalterno no puede expresarse. En el momento en que se expresa deja de ser subalterno para comenzar a forjar su propia liberación. Debemos señalar, sin embargo, que esa autonomía la consigue el subalterno por dos vías posibles. Una es a título individual, incorporándose a la cultura dominante. Es el caso de José Manuel Valdés, estudiado por Milagros Carazas. Es el primer negro enseñando en la Universidad y con capacidad en las dos artes de Apolo: medicina y poesía. La otra vía es mostrar el valor de su propia cultura . Fortunato Vizcarrondo (1895-1977) es un poeta afroportorriqueño que le canta al baquiné. Se trata de un rito fúnebre luego de la muerte de un niño negro. Aunque Brenda Quiñones no lo dice en el ensayo que le dedica, sabemos que viene de Nigeria. En Centro América y el Caribe la herencia africana es constante dejando en cuestión el catolicismo impuesto. Los textos de Vizcarrondo analizados reivindican, además, las formas lingüísticas de los afrodescendientes incluyendo juegos y canciones del folklore popular:
¡Ay Dios, pa’ que te yebajte
al hijo de mij entráñaj!
¡Me lo trochasjte, bendito,
iguá que una sepa ‘e caña!
Es a esta creatividad que nace en lo negro y regresa a él que están dedicados varios de los ensayos del presente libro. Ahí confluye el jazz fusionado con lo afroperuano en grupos como Simangue o Los de adentro, estudiados por César Peredo. O la excelente obra de la familia Santa Cruz y sobre todo de Victoria, de la que nos habló su sobrino Octavio Santa Cruz. Y, ya que hablamos de mujeres, es importante recordar los ricos testimonios que se producen con voz de mujer. Alessandra Correa dedica su estudio a Diario de Bitita de Carolina María de Jesús y Piel de mujer de Delia Zamudio.
Por cierto, no se trata solo de textos literarios, sino de los valores que estos producen. Y en esto hay una afirmación romántica. El Romanticismo nació al final del siglo XVIII como una reacción al desarrollo de la sociedad industrial burguesa, la mercantilización de la vida, el desencanto del mundo. Michael Löwy (1993), después de señalar que esto va más allá de lo literario para abarcar una de las principales estructuras de sensibilidad de nuestra época, dice que «su característica esencial es la crítica de la sociedad burguesa moderna a partir de valores sociales, culturales, éticos o religiosos precapitalistas». En esa línea se encuentra la reivindicación del Ubuntu que hace Margarita Ramírez Mazzetti. Lo define como una regla sudafricana, más propiamente de la cultura Xhosa, que supone el establecer relaciones de solidaridad entre todos. Yo le añadiría una necesaria solidaridad con las especies no humanas y con la naturaleza en general. La falta de estos valores es lo que está produciendo catástrofes mundiales.
Un fenómeno a ser estudiado en este tiempo de globalización es el de la migración. Los TLC previeron el «libre» intercambio de dinero y mercancías. Una libertad bastante desigual en verdad, pero no es el momento de analizar el tema. Pero un fenómeno que se produjo al mismo tiempo fue el de la migración. La migración marcó desde siempre el destino americano. Rosetta Codling nos recuerda que los que hoy desprecian a los pueblos indígenas son nietos de migrantes. Los esclavizados migraron contra su voluntad. Hoy hay barrios enteros prácticamente tomados por gente venida de otros sitios. Migración interna que ahora vemos en las grandes marchas de quienes quieren volver a sus sitios de origen frente al coronavirus. Migración externa como los peruanos del Barrio Recoleta en Chile o los venezolanos en Lima, sobre todo en Independencia, donde Migraciones ha tenido que instalar una oficina. Ana Araya Orellana nos relata como Chile, que tiene una escasa población negra originaria, la ha visto incrementarse por la migración desde otros territorios del continente, sobre todo de Haití. En Chile, no solo lo dice el ensayo, sino también la experiencia vivida, el racismo está ligado a la aporofobia. No son los negros los excluidos sino los haitianos que buscan refugio económico. Igual pasa con los peruanos.
Antonio Cornejo Polar estudió la migración interna a partir de la novelística de Arguedas y señalo como se vive en un tiempo y espacio doble. Un aquí/allá, un ahora/ayer. Un «volveré» en términos de Dina Páucar. Vienen con sus cosas, pero también con su cultura: sus platos, sus bailes, su propia forma de hablar el castellano. El tema no podía dejar de ser estudiado en un evento tan lleno de resistencia cultural. Y nos vino de la mano de sus protagonistas. Camila Daniel es integrante del Grupo Negro Mendes, un conjunto musical que se dedica, en el Brasil, a los ritmos afroperuanos y criollos oriundos de la costa peruana. Algo así como el grupo La Repesca de música del Pacífico Sur colombiano en el Perú. Son espacios, además, de un rico intercambio cultural. En el caso del Grupo Negro Mendes no sólo tiene integrantes peruanos sino un brasileño y una uruguaya. De hecho, Victoria Santa Cruz y su Me gritaron negra es pieza clave del repertorio. Camila Daniel nos seduce con su propia versión del tema cada vez que viene al Perú.
CONSTRUIR EL MOVIMIENTO NEGRO
No pretendo abarcar todos los temas que se trataron. Quizá por desviación profesional, quizá por lo abundante del tema, me he centrado en la resistencia cultural. Hay otras resistencias. El tema de la tierra, por ejemplo, con los aportes del Observatorio de Territorios Étnicos de Colombia que estuvo representado por Elías Helo Molina y Adriana Milena Beltrán Ruíz. O el estado de la cuestión en la América francesa, presentado por Roseline Armange. Tal como esos, hay varios ensayos en el presente libro que no menciono, pero que el buen lector podrá disfrutar.
Lo que sí me interesa, como cierre de la presentación es hablar de nuestro movimiento. No sólo porque alguna importancia nos tenemos que dar a nosotros mismos, sino porque estamos en momentos de dar un salto adelante. Después de dos décadas de trabajo institucional y 8 seminarios, tenemos que evaluar qué hemos hecho y qué nos queda por hacer en la construcción de un movimiento afroperuano. Hace ya tiempo, desde distintas corrientes de pensamiento crítico, en el caso mío desde el marxismo, estamos de acuerdo en que el conflicto social incluye clase, género y etnia. Cecilia Ramírez hace la relación entre género y etnia. En esto, sigue una larga tradición de feminismo negro que inicia, en 1851, una esclava negra emancipada, Sojourner Truth, y que continúa hasta nuestros días con voces como las de Angela Davis, Patricia Hill Collins, Carol Stack, Hazel Carby, Pratibha Parmar, Jayne Ifekwunigwe, entre otras (Mercedes Jabardo, 2012).
En la costa peruana, el componente negro del problema y posibilidad sociales, en términos de Basadre, es un hecho concreto, más allá de toda teoría. Cecilia Ramírez Arguedas nos presenta las principales reivindicaciones en temas de educación, empleo, salud, discriminación.
El recuento que hacen Carlos Arenas y Ciriaco Rivera de las actividades realizadas por diferentes ONG, universidades y organizaciones estatales en los últimos 20 años es un importante punto de partida. Mónica Salazar nos dio una mirada del trabajo que realiza el CEDET con jóvenes afrodescendientes de Zaña, Capote y Picsi.
Sin embargo, de la investigación de Brenda Castrillón se desprende que todavía tenemos muchas limitaciones. El movimiento no está del todo articulado, no es conocido por el conjunto de la población afroperuana, le falta una agenda clara.
Lamentablemente, en esta tarea no estaremos todos. Quiero terminar recordando a los que ya no están: Carlos Velarde «Cito» y Andrés Mandros. A este último estuvo dedicado el encuentro. Hombre íntegro como él solo, tuve la oportunidad de conocerlo bien porque alguna vez compartimos prisión. Eran los tiempos de la dictadura de Morales Bermúdez. Los dos teníamos el sueño de cambiar el mundo. Quizá nuestro único logro fue que el mundo no nos cambie a nosotros. La utopía se mantiene. Y en nombre de esa utopía y de nuestros muertos (que yo también tengo los míos) nos dimos un abrazo público con su hermana.
BIBLIOGRAFÍA
Bolívar, Simón 1940 «Carta de Jamaica» en Doctrina política. Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, pp. 17-51.
Jabardo, Mercedes 2012 Feminismos negros: una antología. Madrid: traficantes de sueños.
Lienhard, Martin 1992 La voz y su huella. Lima: Editorial Horizonte.
Löwy, Michael 1993 «Marxismo romántico» en Anuario mariateguiano Vol. V N° 5.
Melgar, Mariano 1971 «Los gatos» en Aurelio Miro Quesada Sosa (compilador) La poesía de la emancipación. Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, p. 141.