Los negros y el vil centenario
A propósito de un libro del CEDET
El lunes 28 de septiembre en la 5a Feria Metropolitana del Libro que organiza la Municipalidad de Lima presente el último libro del CEDET "Los afrodescendientes en las Américas: 200 años de vida republicana. Ciudadanías inconclusas". Agradezco a Lilia Mayorga la preferencia y comparto con ustedes la presentación
No voy a comentar el libro que estamos presentando. Por lo menos no los ensayos que contiene. Yo soy autor del prólogo y sería repetirme. Sé que ustedes lo van a comprar y leer. A lo que quiero referirme es a la importancia de ver los 200 años desde otra perspectiva.
Cuentan que pusieron a tres ciegos frente a un elefante. Cuando lo describieron uno dijo que era como una manguera muy gruesa, de bombero; otro que parecía una pared; el tercero que semejaba una pitita delgada. Un mismo objeto puede ser visto de distintos modos. Los 200 años para unos serán el bicentenario y un motivo de festejo, para otros el vil centenario y un motivo de renovación del compromiso de lucha por la democracia. Lo que se dio entre 1821 y 1824 fue la instauración de un Estado racial, patriarcal y capitalista.
La cosa pudo ser distinta. En el momento de la independencia Lima tenía 28,000 negros (10,000 libertos y 18,000 esclavos) en una población de 63,000 personas con lo cual superaban tanto a los blancos como a los indígenas. Esto se repetía en Ica donde había 8,000 negros frente a 2,000 blancos. Y esto se repetía a lo largo de toda la costa. No es necesario proponer que en los Andes la mayoría era indígena. Y que ni unos ni otros querían suprimir a los blancos. De modo que muchos de estos últimos, sobre todo en el sur (Cuzco, Arequipa) se sumaron a las rebeliones de Pumacahua y Túpac Amaru. Melgar es un buen ejemplo. Pero el pedido que este hizo de una unidad de los distintos componentes étnicos no prospero. Y, al final fueron criollos venidos de afuera, de Argentina y Venezuela, los que impusieron un Estado que excluía a las mayorías. El propio Bolívar decía “nuestros derechos son los de Europa”, derechos que eran la continuación de la dominación para buena parte de la población.
A mí me enseñaron en el colegio que una de las influencias que tuvo la Independencia fue la Revolución Francesa. Luego, leyendo a Heraclio Bonilla y otros comencé a entender que no es tan cierto. Pero, además, hay que entender el proceso que se dio allá. La Revolución Francesa fue una gran movilización popular y jacobina tanto en dicho país como en lo que llamaban “territorios de ultramar”, sobre todo Haití. Como consecuencia de ella se abolió la esclavitud. No necesito ni siquiera ponerse a votación en la Asamblea. Pero poco después vino la contrarrevolución napoleónica y burguesa y restauró la esclavitud. Era el liberalismo económico, la libertad de empresa, que se oponía al liberalismo político, la libertad del individuo. De modo que si algo podía influir entre 1821 y 1824 no fue Robespierre sino Napoleón.
Napoleón en Europa, Bolívar en América impusieron corporaciones opresivas. Los primeros teóricos de la democracia dirían que ni siquiera eran sociedades. Me refiero a Spinoza que allá en el siglo XVII nos decía “aquella sociedad cuya paz depende de la inercia de sus súbditos que se comportan como ganado, porque solo saben actuar como esclavos, merece más el nombre de soledad que de sociedad”. Pero en verdad esta paz nunca existió. Tanto indígenas como negros opusieron una fuerte resistencia. En los momentos más duros tuvimos levantamientos incluso armados. Pero en el día a día se mostró en la forma de una pugna por mantener formas culturales. De esos 200 años de firmeza es que da cuenta este libro. No sólo da cuenta por los ensayos que contiene sino porque es parte del trabajo sostenido que viene realizando el CEDET por hacerla visible.
Pero, alguien me preguntará, qué sentido tiene hoy recordar cosas que ocurrieron el milenio pasado. Por eso quiero terminar trayendo a la mesa dos cosas de este año. En primer lugar la pandemia. Si vemos nuestro país, el que mayor porcentaje de muertos tiene en el mundo, los primeros focos infecciosos fueron los distritos donde viven aquellos que venían de hacer turismo o negocios. Pero rápidamente se trasladó a las poblaciones más pobres, a las que no podían guardar cuarentena porque viven a día, las que no pueden pagar clínica y tienen que soportar los servicios públicos de salud que llevan 30 años siendo destruidos. Indígenas, negros y migrantes.
Pero hubo otra epidemia. La de los asesinatos policiales. En Estados Unidos, Colombia, Perú, Chile, los policías matan. En Estados Unidos por un billete aparentemente falso, en Chile por una infracción de tránsito, en Colombia matan a un abogado con torturas y cuando la gente protesta disparan al cuerpo, en el Perú por que no quieren pagar una coima. Es lo que el africano Achille Mbembe llama necropolítica. Volviendo al siglo XVII y a Spinoza: “De una sociedad cuyos súbditos no empuñan las armas porque son presas del terror, no cabe decir que goce de paz, sino más bien que no está en guerra”.
Evidentemente nada de lo que ocurrió este año ha sido comentado en el libro. La razón es obvia, se trata de ponencias en un evento que se realizó el año pasado. Pero he puesto estos ejemplos para que quede claro como el tema del Estado racial, patriarcal y capitalista nos afecta en el día a día. No es sólo un problema de especialistas que se reúnen al llamado del CEDET, ni es sólo una cosa que ocurrió hace 200 años. Hoy mismo, en la cola para entrar a la panadería, escuche como alguien le decía “negro tenías que ser” a otra persona, con quien seguro había tenido un conflicto.
Pero a mí no me gusta hablar de racismo sin hablar de la contraparte, de la forma como mantenemos nuestro orgullo. En las ponencias ustedes podrán encontrar como es la población negra, no sólo del Perú sino de América, la que va creando música, teatro, literatura. Se verá cómo se mantiene elementos de religiosidad. No se han presentado ponencias sobre las afroreligiones de la costa atlántica y el Caribe. Que, hay que decirlo, son un producto netamente americano, fruto de procesos de transculturación. Pero se demuestra como en nuestra vida en común e Ubuntu africano está presente. Esa posibilidad de establecer relaciones empáticas con nuestros semejantes y con la naturaleza. Seguramente en aguda combinación con la reciprocidad andina.
Y con esto quiero hablar de otra dimensión del libro. Hemos visto cómo juzga el vil centenario, como nos afecta en el día a día. Pero también tiene una dimensión de futuro. Lo que Ernst Bloch llamaba “principio esperanza”. Para Bloch, para entender el mundo hay que incluir la comprensión de su potencial latente. El mundo tiene una tendencia hacia algo, caracterizada por el esfuerzo de la humanidad hacia un mundo libre de explotación y miseria, hacia la Utopía. Una de las virtudes del libro es que destila optimismo. Nos dice como se está forjando, con sus debilidades, un movimiento negro en el Perú.
Algunas ponencias nos plantean temas que debemos exigirle al Estado o la necesidad de intervenir en su interior. Otras nos hablan de la movilización popular necesaria al exterior del Estado. Quizá lo más conveniente sea una combinación de ambas. Al fin y al cabo, mientras no cambiemos el carácter del mismo no podemos saltar a una piscina que sabemos que no tiene agua. Parafraseando a Spinoza debemos cambiar esta soledad y convertirla en sociedad. Debemos dejar en esta situación de no-guerra para conquistar la paz.
Y, entonces, quiero regresar a George Floyd. Hemos visto en las calles del mundo como ese asesinato causo un despertar. Francia, España, Kenia, México. Mas ce un centenar de ciudades en total se movilizaron. Pero pronto fueron algo más que la muerte de un hombre negro. Descubrimos que en un país y otro y otro salían nombres que estaban escondidos, que no se conocían. O que se conocían y de los que nos habíamos olvidado. Y se vio que el racismo es una pandemia. Pero que la movilización contra él también. Y esas marchas, que hay que recordar que se hicieron desafiando al virus y la cuarentena, dejaron de ser contra la muerte o contra la guerra. Comenzaron a ser a favor de la paz y de la vida. Es cierto que no llegaron al Perú. Ya llegaran. Es cosa de tener una lenta impaciencia.