Nosotros ante la muerte
Hay varias visiones posibles frente a la muerte. Para comenzar podemos hablar de dos: aquellos que la rechazan, que quieren la inmortalidad; y aquellos que la aceptan como una condición natural, como nuestro único destino posible. “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir” dice Jorge Manrique.
Quizá la religión que más rechazo contra la muerte tiene sea el cristianismo. No solo Jesús resucita. Antes de él hay tres resurrecciones: la hija de Jairo (Marcos 5:38-43), que Jesús dijo que no estaba muerta sino dormida; Lazaro (Juan 11:38-44), que también aparece en el Corán; el hijo de la viuda de Nain (Lucas 7:11-17), que Jesús tocó el féretro y ordenó que se levantara. Pero, es más, la resurrección le corresponde, según Pablo, a todos los cristianos: “Porque si hemos sido unidos con él en la semejanza de su muerte, ciertamente también seremos unidos en la semejanza de su resurrección” (Romanos 6:5). La oferta a los fieles es la “vida eterna” (Juan 4:14). Una reminiscencia cristiana encontramos en los movimientos rebeldes que proclaman “Cuando un revolucionario muere nunca muere”.
No es esa la visión que tenemos en Homero. Odiseo recibe la oferta de Calipso de quedarse a vivir en la isla con ella. El ofrecimiento de la diosa es tentador; no solo por su belleza incomparable, sino por la posibilidad de liberarse de la degeneración y la muerte. No obstante, Odiseo rechaza delicadamente a la diosa. Él desea volver a su isla y envejecer junto con Penélope. Por su parte Luciano nos dice que si viviste bien ya puedes descansar y si mal ¿para qué prolongar el sufrimiento? Por qué ¡oh mortal! te desesperas tanto?
¿Por qué te das a llanto desmedido?
¿Por qué gimes y lloras tú la muerte?
Si la pasada vida te fue grata,
Si como en vaso agujereado y roto
No fueron derramarlos tus placeres,
E ingrata pereció tu vida entera,
¿Por qué no te retiras de la vida
Cual de la mesa el convidado ahíto;
¡Oh necio! y tomas el seguro puerto
Con ánimo tranquilo? Si, al contrario,
Has dejado escapar todos los bienes
Que se te han ofrecido, y si la vida
Te sirve de disgusto, ¿por qué anhelas
Multiplicar los infelices días
Que en igual de, placer serán pasados?
¿Por qué no pones término a tus penas
y a tu vida más bien?
En la Edad Media se valora la forma como el héroe enfrenta sin miedo a la muerte. Los cantares de gesta tienen esto como premisa. Una visión diferente la tenemos en el teatro de Shakespeare, en lo que nos dice sir John Falstaff en la escena IV del acto V de La primera parte del Rey Enrique IV. En medio de la batalla ha fingido ser muerto para así asegurar que sale bien de la batalla. Cuando su amigo se apena de ver su cuerpo tendido, Falstaff se incorpora y declara:
A tiempo estuve de hacerme el muerto, que si no ese furioso pendenciero de escoses me habría hecho pagar su escote y el importe completo también ¿Fingir? Estoy acostumbrado; no he fingido nada; lo que es fingir es el morir; pues el que está muerto es una imitación de hombre, que no tiene en él la vida de un hombre. Pero el que finge la muerte cuando vive no hace un fingimiento, pues es la verdadera imagen de la vida misma. La mejor parte del valor es la discreción y gracias a esta mejor parte he salvado la vida.
El valor de la vida es permanecer con vida. El muerto ya no es un ser humano sino solo un simulacro. Si se trata de conservar la vida el defecto (la cobardía en este caso) se vuelve virtud. Al comenzar el acto V, Falstaff ha definido el honor como un “adorno costoso” que posee “el que murió el miércoles”. Como dice Ronald Reyes se trata de un personaje “lúdico, irónico y anárquico” que se inventa una personalidad mientras lo escuchamos.
Debemos mencionar al Perú para terminar. Y quiero hacerlo a partir de dos valses. “Dulce agonía” de Manuel Acosta Ojeda está dedicado a los placeres, tanto a la mujer (Cada mujer liba, cual mariposa/ de nuestros labios la miel escondida) como al licor (Cada copa que alivia nuestras penas). Pero ambos son perjudiciales. La mujer “nos va matando y nos es querida”, en cambio el licor “destroza nuestro ser, nos envenena”. Es la disputa entre el ansia de inmortalidad y la necesidad de placer. En contra de la norma occidental que anhela lo primero e incluso condena como pecado lo segundo el vals termina con la reivindicación del gozo, aunque sea pasajero “que importa mañana la condena/ si pasa un rato el corazón contento”.
El segundo vals que quiero mencionar es “El pirata”, musicalización de un poema de Luis Berninsone publicado previamente en el libro Mar de sombras. Se opone directamente a los cultos funerarios. Tanto a los objetos: tumba, cruz, corona como a las acciones humanas: llantos, rezos. El yo poético se describe a si mismo como un viajero (“muerto aún viajar”) que ha vivido al azar y de esa manera quiere transcurrir su muerte. Piensa volver a ver los puertos donde alguna vez estuvo. Así la muerte se convierte en una prolongación de la vida en lo único que se teme es la inmovilidad que sería la verdadera muerte.
Entiendo que hay otras visiones posibles. Nos faltan muchas. Pero creo que he dado algunas claves por donde otros podrán seguir aportando.